Deobra Redden
La bestia parda
Desde la toma del Capitolio por una pandilla de cenutrios fans de Donald Trump, yo diría que se han incrementado en nuestros telediarios imágenes que no habíamos visto hasta ahora. La actual situación de Ecuador, con criminales asesinando a policías, militares, guardianes de prisiones, transeúntes al azar y hasta niños, me ha dejado helado, pues superaba todo lo visto en países como México o Colombia. Y lo del tipo que, insatisfecho con la condena que le estaba imponiendo una jueza de Las Vegas, se lanzó encima de ella y se puso a arrearle sopapos después de clamar: Fuck that bitch! (¡Que se joda esa zorra!), ya me dejó, como diría Joaquín Reyes, con el culo torcío. La jueza en cuestión, Mary Kay Holthus, ya se las había visto anteriormente con el hotentote en cuestión, que atiende por Deobra Redden, es de raza negra y tiene treinta años de edad (por destrozos en propiedad ajena), por lo que es probable que ese animal de bellota considerara que le tenía manía. “No soy una persona rebelde”, le dijo mientras confiaba en que ella le concediera la libertad condicional tras su última trastada. Cuando vio que no iba a ser así, se tiró en plancha sobre la pobre mujer y el servicio de orden tuvo que quitárselo de encima a mamporros (un guardia lesionado y en el hospital, por cierto). Y uno se pregunta: ¿cuánta mierda hay que almacenar en la cabeza para moler a palos a quien debe decidir si te ofrece una nueva oportunidad o te envía a donde te mereces?
La segunda aparición pública del señor Redden fue menos violenta que la primera, pero más espectacular, pues le habían puesto, en previsión de otra de sus contundentes excentricidades legales, una máscara en la cara a medio camino entre un casco de esgrima y el morrión del doctor Hannibal Lecter, no fuese a darle por morder a alguien. Actualmente, vuelve a estar a la sombra, de donde se espera que tarde un poco en salir, ya que a las acusaciones anteriores ahora debe añadir su agresión a un miembro de la judicatura.
No he podido averiguar a qué se dedica el amigo Deobra cuando no le está zurrando la badana a alguien, y nada sé de sus orígenes, que tal vez hayan tenido algo que ver con su peculiar manera de ir por el mundo. Pero sus antecedentes son de abrigo y ha acabado ante el juez en innumerables ocasiones por daños a la propiedad, asalto, robo y violencia doméstica. Hace años amenazó a alguien con matarlo, pero se limitó a romperle las piernas. Ante sujetos así, uno se pregunta, como Lenin en otro contexto, qué hacer. ¿Puede evolucionar positivamente nuestro Deondra o sería mejor deshacernos de él con una inyección letal, aunque no estemos a favor de la pena de muerte?
Puede que baste con enviarlo al trullo las veces que haga falta, no lo sé. Total, solo representa la manera más primaria de querer imponer su criterio a la sociedad. Otros lo hacen a lo grande. Como el mismo Donald Trump, que no ha pegado a nadie (de momento), pero se porta todo el rato como un patán malcriado que cree que todo le está permitido. Redden es, en el fondo, un simplón que siempre acaba haciéndose daño a sí mismo. Trump, si vuelve a ganar las elecciones, puede hacer daño a mucha más gente. Yo diría que se parecen bastante, pero que el segundo piensa a lo grande: corrupto, estafador, defensor de los Búfalos Mojados que tomaron el Capitolio, partidario de dejar que Ucrania se muera de asco, abusador sexual… Y todo se la sopla, mientras sigue convencido de que volverá a la Casa Blanca apoyado por el noble pueblo americano, harto de las trapisondas de Washington y de ese presidente viejuno que organiza misas negras, con actos pedófilos incluidos, en el sótano de una pizzería del D.C.
El mundo tiene un problema con esa clase de gente. Al animal de Redden lo podemos enviar al trullo las veces que haga falta, pero a Trump… De momento, entre uno y otro me han ofrecido unas imágenes que jamás pensé que vería por televisión. Y me pregunto si todo esto no ha hecho más que empezar.