Aki Kaurismaki
El gran estoico
Parece que el cineasta finlandés Aki Kaurismaki (Orimattila, 1957) está dejando de ser el sujeto marginal y extravagante que ha sido considerado durante toda su vida para convertirse, ya que no en una estrella del séptimo arte, sí en un director cuyas propuestas concitan el interés creciente del público. Su última película, Fallen leaves, no ha sido estrenada en España a bombo y platillo, pero ha gozado del interés de la crítica (eso ya sucedía desde hace tiempo) y hasta del público (lo que constituye una novedad, ya que la gente se ha tirado décadas pasando como de la peste de los largometrajes de nuestro hombre). No solo aquí el que resiste gana, como sostenía Cela: también en la lejana Finlandia puede darse ese fenómeno (aunque el señor Kaurismaki pase una gran parte del año en Portugal, aduciendo que el clima de su país le deprime y que es un gran consumidor de vinho verde y otras bebidas espiritosas).
De la misma manera que el cine islandés parece reducirse a Baltasar Kormakur, del finlandés conocemos poco más que las películas de Aki Kaurismaki y su hermano Mika (quien acabó buscándose la vida, y encontrándola, en Brasil). Los hermanos fundaron la distribuidora Ville Alpha (homenaje disléxico a la película de Godard) y hasta crearon un festival de cine, el Midnight Sun, en la localidad de Sodankyla. Si no me equivoco, también controlaron durante un tiempo algunas salas de cine en Helsinki. Y como el otro director finlandés que se me ocurre, Renny Harlin, es un espanto que rueda basurillas en Hollywood, me gusta pensar que la industria audiovisual finesa se sustentó durante un tiempo sobre los hombros de los hermanos Kaurismaki.
Aunque la obra de Mika no es despreciable (Helsinki Napoli all night long no estaba nada mal), la de su hermano menor Aki es mucho más interesante. Con presupuestos ajustados, tirando a mínimos, el hombre lleva más de cuarenta años rodando lo que se le antoja y centrándose casi siempre en personajes marginales y aparentemente convencionales que creen tener derecho a una vida mejor, pero no se matan a la hora de alcanzarla. El estoicismo es lo que los distingue, alcanzando cimas insuperables en la espléndida Nubes pasajeras (1996). Antes de eso, ya había llamado la atención del cinéfilo avisado por su extraña visión del mundo y su oblicuo sentido del humor, con películas como La chica de la fábrica de cerillas (1990) o Contraté a un asesino a sueldo (también de 1990 y en la que un aspirante a suicida algo deshuesado recurre a un profesional para que lo quite de en medio). Su extraño sentido del humor encontró unos socios perfectos en los Leningrad Cowboys, un grupo de rock paródico con tupés exagerados al que dedicó dos largometrajes, Leningrad Cowboys go America (1989) y Leningrad Cowboys meet Moses (1994).
El público del señor Kaurismaki se fue ampliando paulatinamente a partir de Nubes pasajeras y Un hombre sin pasado (2002), llegando incluso a ser tomado en serio por el público cejijunto con Le Havre (2011), que algunos confundieron con una muestra de humanismo fetén. Con Fallen leaves parece que se le presta atención y que casi se le celebra en España, de lo cual me alegro mucho, pues hasta ahora este hombre era un secreto muy bien guardado aquí y en casi todo el mundo (salvo en los festivales de cine, que siempre lo han tratado como merecía). Su teoría sobre lo que necesita para rodar una película siempre me ha parecido magistral, pues demuestra que con él no hay quien pueda: “Me basta con dos personajes delante de una pared. Me conformo con un actor y una pared. Y si no hay más remedio, ya me apaño con la pared”.