Anders Breivik
El asesino se deprime
Hay presidiarios con un cuajo pasmoso. En España, lo máximo que hemos debido soportar en ese sentido son las quejas de los etarras que se lamentaban del trato que recibían en prisión o de estar encerrados a muchos kilómetros de sus amigos y familiares, lo cual dificultaba sus visitas (con lo fácil que era para éstos aprovechar la lejanía para no volver a dirigirles la palabra en la vida). Según ellos, deduzco, los seres queridos de sus víctimas tenían más suerte, pues disponían de un cementerio cercano.
Pero en Noruega están mucho peor que aquí, como se acaba de ver con la petición del asesino de Utoya, Anders Breivik (Oslo, 1979), para que le cambien a una cárcel menos estricta, ya que en la que ahora habita se está empezando a deprimir. Evidentemente, todo el mundo tiene derecho a deprimirse (a mí me pasa con frecuencia), pero no todo el mundo lo tiene a que nos interesemos por su depresión. En julio del 2011, Anders Breivik se cargó de un bombazo a ocho personas en Oslo. Luego se trasladó a la isla de Utoya y eliminó a 69 adolescentes que participaban en una excursión del Partido Laborista noruego, no sin antes colgar en la red su manifiesto 2083: una declaración europea de independencia, en el que, entre otros delirios, le echaba la culpa al feminismo del hundimiento de Occidente. Su petición de cambio de trullo no ha sido muy bien recibida por los responsables de otorgársela, quienes se temen que lo de la depresión sea una añagaza para vivir mejor y, sobre todo, comunicarse con sus fans en el exterior, con los tarados que piensan como él y lo consideran un héroe de la superioridad aria. Todo parece indicar que va a tener que seguir deprimiéndose en el sitio de siempre.
Después de sus sangrientas salvajadas, lo menos que podría hacer el señor Breiivk es mantenerse callado, adoptar un perfil bajo y tratar de pasar desapercibido, ya que es imposible que nos olvidemos de él. Pero uno de los problemas de una sociedad garantista (como la que escuchaba las tristes quejas de los asesinos patrióticos vascos alejados de sus familiares y amigos) es que se ve obligada a aguantar a gente que solo merece ser ignorada, sobre todo si no ha dado la menor muestra de arrepentimiento por el dolor causado. Así pues, hay que invertir dinero público en atender a un tarado como Breivik antes de devolverlo al talego, ya que no dio la talla para ser internado en un centro psiquiátrico: sabía perfectamente lo que hacía mientras ejecutaba a los 69 chavales con los que se cruzó en Utoya.
Cierto es que lo que se sabe de su vida no presagiaba nada bueno: padres divorciados, madre diagnosticada de TLP (Trastorno Límite de Personalidad) que lo maltrataba física y sexualmente, adolescencia confusa en un grupo de grafiteros (primeras detenciones), creyente en su propia religión, el odinismo (nada que ver, según él, con el cristianismo), misógino agresivo y radical, islamófobo paranoico convencido de la verdad de la teoría de la suplantación… Una vida asquerosa, sin duda, pero, ¿qué culpa tenían de ello los chavales del Partido Laborista y los transeúntes de Oslo que se llevó por delante? Ha tenido suerte de que no rija en su país la pena de muerte, pues si alguien se la ha merecido últimamente es él, y lo menos que podría hacer es no pasear su mirada de iluminado demencial por los juzgados noruegos.
Las 77 personas que te cargaste, Anders, no pueden permitirse el lujo de deprimirse. ¿Te entristece la estancia en una prisión de alta seguridad? Pues jódete.