Julia Bacardit
Premio a la coherencia
Hace unas pocas semanas, la escritora catalana Julia Bacardit (Barcelona, 1991) disfrutó de esos quince minutos de gloria que Andy Warhol pronosticó a todos los seres humanos con su firme decisión de prohibir la traducción al castellano de su segundo libro, Un dietari sentimental, que, generosamente, permitía que se vertiese a cualquier otra lengua (curiosamente, su texto anterior, El preu de ser mare (El precio de ser madre), se había vendido más en castellano que en catalán). Sostenía la autora que no quería contribuir al funesto bilingüismo que, según ella, estaba ahogando a la literatura y a la sociedad catalanas. Y, ya puestos, aunque sin venir muy a cuento, llegó a decir que España era un estado fascista. Hasta ahí, nada que objetar y todo previsible: otra lazi que sobreactúa de tal para incrementar la densidad de su parroquia y, con un poco de suerte, que se fijen en ella en TV3, Catalunya Radio y los diarios digitales del régimen. Se la podía acusar de fanática e intolerante, pero no de incoherente. Para eso ha habido que esperar a que el hambre apretase y la señora Bacardit se viera obligada a aceptar una plaza de redactora en la agencia EFE, para la que prestará sus servicios a partir de ahora (¡y en castellano!) desde Rumanía. Parece que el patriotismo radical se lo reserva para sus esfuerzos literarios y que opta por la convivencia y la tolerancia a la hora de ejercer el periodismo, pero la impresión general es que se ha tenido que comer sus palabras a cambio de dinero.
Este bochorno se lo podría haber ahorrado no incurriendo en la sobreactuación literario-patriótica de cuando publicó Un dietari sentimental. Y no calificando a España, país que le va a echar a comer a partir de ahora, de estado fascista (curioso estado fascista el que premia a sus enemigos con trabajos remunerados en el extranjero, haciendo oídos sordos a sus proclamas xenófobas: si no estoy equivocado, EFE es la agencia oficial de noticias española).
En fin, le deseo a la señora Bacardit una vida muy agradable en Bucarest gracias a un idioma que detesta y al estado fascista que lo utiliza. Le ruego, eso sí, que la próxima vez que sienta la urgencia de soltar una gansada, se lo piense dos veces antes de hacerlo.