Yevgueni Prigozhin / TELEGRAM

Yevgueni Prigozhin / TELEGRAM

Examen a los protagonistas

Yevgueni Prigozhin

14 mayo, 2023 00:00

El matón en jefe

Hay gente que, cuando sale por la tele, me provoca unas ganas tremendas de cambiar de canal. La lista es larga y va de Chuck Norris a Pilar Rahola, pasando por José María Aznar (ecléctico que es uno). Últimamente, he sumado otro personaje a mi selección de seres más o menos humanos que me resultan irritantes, Yevgueni Prigozhin (San Petersburgo, antes Leningrado, 1961), mandamás del Grupo Wagner y amigo del alma de Vladimir Putin, al que echa una mano en Ucrania al frente de su tropa de mercenarios y con el que lleva colaborando, a través de sus múltiples empresas, desde hace años (gracias a sus servicios culinarios de catering y restaurantes, fue rebautizado por el disidente Aleksei Navalny como El cocinero de Putin).

Por lo que he podido ver en televisión, antes de verme obligado a cambiar de canal, el tal Yevgueni es un señor calvo y con cierto sobrepeso que se muestra siempre muy contrariado. Suele estar a matar con los altos mandos militares del Kremlin, a los que tilda de inútiles y abronca sin parar por lo mal que lo hacen todo y lo lentos que son a la hora de suministrarle equipo y munición a la pandilla de criminales que trabajan para él. Su chulería es impropia de alguien que no forma parte de un ejército regular, pero no parece causarle especiales problemas. Aunque a regañadientes, los militares de Moscú a los que pone de vuelta y media suelen acabar enviándole las armas exigidas y da la impresión de que su buen amigo Vladimir Vladimirovich se lo consiente todo. En principio, recurrir a mercenarios (gente despreciable por definición) no debería ser una práctica común entre masters of the universe como Putin, pero hay que reconocer que los norteamericanos también han recurrido a ellos, aunque los rebauticen con el eufemístico nombre de contractors. Supongo que los mercenarios van muy bien para hacer el trabajo sucio que a un ejército regular le da vergüenza acometer. Y en cuanto a trabajos sucios, hay que reconocer que el camarada Yevgueni los borda: ¿no les parece genial lo de reclutar combatientes en el talego, aunque hayan acabado a la sombra por delitos de sangre, detalle que, ahora que lo pienso, igual los hace ideales para su nuevo trabajo en el Grupo Wagner?

Aunque no entiendo muy bien cómo se puede pasar de servir piroshki en los guateques de Vladimir Vladimirovich a estar al frente de una pandilla de asesinos patrióticos, es indudable que la capacidad como emprendedor del señor Prigozhin es más que notable. Y aunque sus muchachos caigan como moscas, a él se la sopla, que para algo eran carne de cañón y si no querían correr riesgos, haberse quedado en el trullo. No me acaba de caber en la cabeza que exista gente como el amigo Yevgueni, como no sea porque en este mundo tiene que haber de todo. Cada vez que lo veo salir por televisión, descoyuntado y de muy mal café, mi cuerpo se debate entre el corte de digestión y el flato, lo que me lleva al ya citado cambio urgente de canal. Espero verle algún día ante el tribunal de La Haya, junto a su compadre Vladimir Vladimirovich, pero tampoco me hago muchas ilusiones al respecto y solo confío en que no se me traspapele el mando a distancia o se le mueran las pilas cuando intento dar esquinazo al jefazo del grupo Wagner. Cada vez se conforma uno con menos.