Los Juncadella: la industria, la velocidad y la memoria

Los Juncadella: la industria, la velocidad y la memoria

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Los Juncadella: la industria, la velocidad y la memoria

28 enero, 2024 00:00

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Cuando anochece, Sa Caleta se pone de perfil. Es el rincón de Ibiza que señorearon hombres de letras, como Antonio Escohotado y Salvador Pániker, y que hoy concentra las fiestas galantes de los descendientes del príncipe Hohenlohe-Langenburg, fundador de Marbella y pionero del turismo caro de sol y mar. Su prole está extendida por media Europa empresarial, un mundo en el que se entroncan los Juncadella, la cuarta generación de la marca textil catalana representada, en el pasado, en el Eixample de Ausiàs March, la antigua sede de Industrias Burés. El emblemático edificio modernista aparece hoy arquitectónicamente transido y convertido en el oro ajeno de los propietarios de los apartamentos lujosos que descuartizaron la mole granítica y bella de su interior.

La concentración de valor en la piedra, fruto de los beneficios industriales, descarrila en los mejores años de su dueño, José María Juncadella Burés; más tarde, cuando él desaparece, la empresa se sale de la cuneta en manos de sus hijos, José María y Javier Juncadella Salisachs. Los accionistas de Burés pilotan coches deportivos capaces de sortear acelerando la curva de Les Vies, durante los entrenos de los 400 kilómetros de Barcelona; crean la Escudería Montjuïc testada en el autódromo de Terramar de Sitges e integrado después en la conocida Peña Rhin impulsada por Joaquín Molins. Convierten en realidad un sueño anterior de Eusebi Bertrand i Serra, gran industrial, mecenas del Liceu e importador de las marcas que rompen moldes, los Bugatti, Aries, Minerva o Berliet.

Escudería Montjuïc

Escudería Montjuïc ENCICLOPÈDIA CATALANA

Cuando Juncadella Burés alcanza su plenitud en la endogamia catalana, Europa se arroba en el culto a la velocidad, uno de los principios fundacionales del futurismo. En Barcelona impactan la estética del volante, la muerte súbita de Isadora Duncan en el asiento del copiloto, la irrupción de los campeones Nuvolari o Fangio en las noches del Ritz o los Maserati de Francisco Godia y de Joan Jover; estos últimos, empresarios de éxito y dos pilotos inasumibles en el arte de saber perder compitiendo con los mejores. La Italia de Monza es el modelo a seguir y Montjuïc planea un circuito fruto de la Expo. Juncadella Burés inventa el rally Barcelona-París. La meritocracia en el deporte equivale a la eficiencia en el negocio o el puesto de trabajo.

En 1950, Juncadella Burés es accionista del Banco Hispano Colonial, junto a los Milà, Arnús o Riviere. Marchan al frente de la penúltima oleada textil y de la siderúrgica menor tras la caída del fuego catalán, los altos hornos; componen una generación empellida por otra de mayor fuste financiero –el tercer turno dinástico de los Güell, Marsans o López Bru– hasta configurar el consejo regional de lo que será después el Banco Central. El entonces presidente del Central, Ignacio Villalonga, anuncia una fusión cuando en realidad se trata de una absorción del Colonial con la sumisión de su presidente, Darius Rumeu, barón de Viver, por medio de una operación financiada desde el Banco de España.

En el último tercio del siglo pasado, Juncadella Burés se encuentra entre los mayores patrimonios de Cataluña, junto Folch Rusiñol, Teixidó, Llaudet, Gallardo, o Fabra. Pero los negocios de la siguiente generación se tuercen. Sus exponentes, los hermanos José María y Javier Juncadella Salisachs, entran en una espiral de caídas que acaba con la liquidación de Industrias Burés. Sin embargo, el tránsito a este siglo ha sido más benigno de lo que dan a entender los números reales bajo el sagrario. Desde entonces, las cosas no han cambiado. Los Juncadella mantienen hoy su histórica participación minoritaria en el capital de la aseguradora Catalana de Occidente y viven la batalla fraternal entre José María y Javier por la herencia de su madre, Mercedes Salisachs, la conocida novelista, autora de La gangrena, premiada con el Planeta.

Mercedes-Salisachs

Mercedes-Salisachs GUIDO MANUILO EFE

La dispersión del núcleo no esconde su nivel de vida. Pese a perder su negocio tradicional, la saga se enrama en otros nidos con porvenir, como los Valls-Taberner, exgestores del Banco Popular cegados por la pasión del orden y sujetos al Dios invisible del Antiguo Testamento. El resultado de esta vinculación ganadora resulta mucho más aburrida que la de la rama de los Juncadella pegada a los Hohenlohe, semilla de los castillos encantados junto al Rin, que levantaron los príncipes de Prusia o los nobles de Baviera, base conceptual del romanticismo wagneriano.

Un joven acostumbrado a contemplar cuadros de pintores, como Pruna, Cusachs o Masriera, entre el zaguán acristalado y la biblioteca de la casa donde nació, no se altera fácilmente ante un Ramon Casas colgado en la pared de otra mansión menos añeja y más puritana. Sin embargo, resulta mucho más poderosa e irrechazable la monotonía del Palacio de Liria, donde el consorte Jesús Aguirre, filósofo progre y seguidor de la Escuela de Fráncfort, vivió junto a su esposa Cayetana de Alba contemplando las telas de Rubens y los armarios donde se guardan los zapatos de 19 generaciones de duques de Alba, como escribe Manuel Vicent en su libro Aguirre el magnífico. Y allí en aquella casa invencible de los Fitz-James Stuart se detiene una rama Juncadella producto de un bodorrio, cuyos parientes parecen lejanos, pero nunca faltan a la cita del canapé.

La estirpe Juncadella toca todos los palos. Sus últimas generaciones, atravesando casamientos, bautizos y entierros, han disfrutado del mundo encantado de las mansiones; nadie se opuso a la unión de uno de sus miembros con los Zulueta y Besson, nobleza vasca fundida en el hierro y la banca, capaz de dar a la sociedad la figura de Iván Zulueta, el pintor, cartelista y director de cine cercano a John Cassavetes, corazón latiente del New American Cinema.

De izq. A dcha.: el presidente de Fraternidad-Muprespa, Carlos Espinosa de Los Monteros; el presidente de Asepeyo, Jose María Juncadella; y el presidente de MC Mutual, Miquel Valls

De izq. A dcha.: el presidente de Fraternidad-Muprespa, Carlos Espinosa de Los Monteros; el presidente de Asepeyo, Jose María Juncadella; y el presidente de MC Mutual, Miquel Valls EUROPA PRESS

La cultura y la economía son dos líneas convergentes cuando sus protagonistas toman conciencia del estamento al que pertenecen. La lenta defunción de un pasado glorioso necesita artistas como el que incrustó Visconti en el monólogo interior de sus personajes. Salisachs es una parte del fresco de los Juncadella, una mujer que extraía su letra de la vida; investigó desafiando el riesgo, fue capaz de entrar en un burdel vestida de iza para inspirarse en clientes que ella, transformada de nuevo en dama, recibía en sus salones. Una Lafayette levantisca, mujer contra los regímenes viriles del futuro; desafiante también contra un pasado que ella misma describió ardientemente. Ella es parte de un decorado donde lo factual se une al sueño de una mañana de domingo en el Tibidabo, el parque de atracciones, en el que el desayuno huele a chocolate y a dulce infancia.

Cuando desaparece una clase social o parte de ella, la recopilación de su tiempo se reduce a una instantánea. En la Barcelona de los hermanos José Maria y Javier Juncadella late un pasado, no una derrota. Allí donde se acaba el autómata –el hijo del dueño– nace el carácter del ciudadano sustancial. Acostumbrados a las mansiones Arnús o Andreu, al pie de la montaña mágica, a la claridad del novecientos y a los jardines privados de Rubió i Tudurí, los Juncadella no se han bajado nunca de su pedestal, a pesar de su ruina; para ellos, la sustancia se hace movimiento. Se han topado con la fragmentación, pero su historicidad no es un recorrido, sino un producto.

Como lo hacen otros antiguos clanes industriales, aunque ya no dispongan de empresa de cabecera, aplican un código social acompañado de matices que tienen que ver con la esencia más que con el instinto; con la vocación de permanencia más que con el éxito. Su biografía es un libro pulido, como aquellas sábanas El burrito Blanco que fabricaba Industrias Burés. No hace tanto, en 2013, los Juncadella aparecían en el ranking de las 100 familias más ricas de España, un esfuerzo estadístico baldío cercano a los libros de estructura económica de Santiago Roldán y Ramón Tamames, aparecidos hace casi medio siglo.

Juncadella es el sello; Salisachs, el abolengo. La suculenta herencia de la escritora fallecida en 2014, que se han disputado hijos y nietos, puede acabar en chasco según cual sea el valor liquidativo real de la sociedad que reúne su patrimonio, Esquilo SL, después de años de tensiones en los mercados. El síndrome de Los Buddenbrook, la conocida novela de Thomas Mann sobre las guerras de sangre en el seno de una familia acomodada, hace acto de presencia en el epígono de los Juncadella. Nadie volverá la vista atrás; el origen no cuenta frente a los reclamos del presente. La banca, los seguros, el rampante textil de otro tiempo han desaparecido una vez más, acaso la última. Burés entró en concurso en los noventa y cerró en 2008; 12 años después, solo queda el derecho a la memoria, el engrasado momento del vacío.