El presidente de Pimec, Josep González / EUROPA PRESS

El presidente de Pimec, Josep González / EUROPA PRESS

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Josep González, el eterno presidente que ha profesionalizado Pimec

El dirigente anuncia que se va y que dejará su cargo a Antoni Cañete, tras una etapa en la que ha jugado con el soberanismo del 'derecho a decidir'

16 julio, 2020 00:00

Josep González se va. Y si finalmente lo deja, tengan por seguro que, a la vista de las consecuencias del coronavirus, no habrá discurso de despedida en tono liberal. González, un catalanista moderado y hombre de centro, ha ido modulando el discurso de Pimec hasta convertir al aparato institucional de las pequeñas y medianas empresas en una gran gestoría útil para los emprendedores y muy vertebrada en Fomento del Trabajo. González liberó lentamente a Pimec de su sello convergente, mejor dicho, la liberó del martillo pujolista de sus comienzos, cuando florecía el jardín del llamado sector negocios de CDC, antecedente del mítico 3%. El primer presidente de Pimec fue Josep Lluís Rovira, un conseguidor amable en la etapa gloriosa del catalanismo reformista, comandado por la guardia de corps ---los Antoni Subirà, Josep Maria Cullell o Lluis Prenafeta, entre otros-- del histórico president, hoy destronado de sus honores latentes.

Mucho después de los orígenes, Pimec se fusionó con Sefes, una, llamémosle, patronal preexistente del Baix Llobregat, llevada al éxtasis como la organización micro de la economía productiva, bajo el nombre de Pimec-Sefes. Durante un tiempo fue el juguete de Agustí Contijoch, un cuadro de toque cristianodemócrata al que la política no le encajó, pero que supo ganar partidarios en el sindicalismo empresarial de medio pelo. Corrían los tiempos en los que las industrias del cinturón de Barcelona vendían su alma al diablo para pertenecer a Fomento del Trabajo Nacional (CEOE) y echaban sapos cuando recibían la visita de los pequeños y medianos.

Josep Sánchez Llibre, presidente de Foment, y Josep González, su homólogo en Pimec. Patronales catalanas / EFE

Josep Sánchez Llibre, presidente de Foment, y Josep González, su homólogo en Pimec. Patronales catalanas / EFE

El precedente de Sefes

Sefes (acrónimo aparentemente intachable de Sociedad de Estudios Financieros, Económicos y Sociales), fue creada en 1976 bajo los auspicios de la antigua Alianza Popular de Manuel Fraga; y casi desde sus comienzos, liderada por Baldomero Tamames, un hombre al que se le fue la mano (a la caja), hasta el punto de acabar en presidio. Dos décadas más tarde, en 1997, burla-burlando y más por obligación que por devoción, Pimec y Sefes, se fusionaron. Muchos se temieron lo peor, pero la nueva organización muy pronto iba a dejar de ser una lavandería de fondos convergentes y arreglista de canciones folclóricas, en fastos parroquianos de Folch i Torres.

Sefes había nacido de los desencuentros entre el citado Baldomero Tamames y el antiguo presidente de Fomento, Alfredo Molinas. En el momento de su fusión con Pimec, jugó a fondo el empuje del ex presidente de la gran patronal, Juan Rosell, para conseguir que más de 50.000 empresas medianas y pequeñas se unieran a la instancia corporativa de Fomento, que supera los 100.000 afiliados. Cuando Josep González llegó a la presidencia de la nueva Pimec no pudo (ni quiso) evitar el contagio nacionalista. Con el transcurso de los años, su nacionalismo no se encogió. En 2018 la junta directiva  de Pimec reivindicó públicamente el derecho a decidir como la fórmula ideal para solucionar el conflicto catalán. Lo hacía por segunda vez, demandando además una consulta “pactada” con el Gobierno. González puso en primer plano el restablecimiento del diálogo Cataluña-España; y habló de solucionar agravios sociales, económicos y culturales”. Se situó en el límite del revisionismo pactista del mundo económico catalán, cuando otras patronales, como la CECOT de Terrassa, llevaban años en la barricada del soberanismo junto a entidades civiles, como Òmnium y la ANC.

Joan Canadell, presidente de la Cámara de Barcelona, una de las trece cámaras catalanas de comercio / EP

Joan Canadell, presidente de la Cámara de Barcelona, una de las trece cámaras catalanas de comercio / EP

El enfrentamiento con Canadell

Para entonces, Pimec había repelido ataques frontales diseñados en el campo de la ideología 'indepe', destinados a desbancar a González y a su equipo. La ofensiva más dura tuvo lugar en 2014, cuando los empresarios independentistas del Cercle Català de Negocis (CCN) abandonaron Pimec, después de haber configurado una alternativa a González, para los comicios de la patronal del 17 de junio del mismo año, que finalmente no fructificó. Aquel momento resultaría bastante decisivo para el futuro del complejo entramado institucional del país. En aquella derrota germinó el liderazgo simplón pero eficaz de Joan Canadell, que años después alcanzó la presidencia de la Cámara de Comercio de Barcelona, la antigua sede de la Junta de Comercio y del Círculo de Bellas Artes, memorias laceradas de la ciudad doliente.

González adoptó la ambivalencia de muchos en los años del procés. Pero hizo una cosa que le honra para siempre: profesionalizó la gestión de Pimec. Se puso al frente de las pequeñas y medianas empresas --así clasificadas por tener una plantilla de un máximo de 249 empleados y una facturación inferior a los 500 millones de euros-- y reclutó en sus filas a una cantidad ingente de autónomos desperdigados y desprovistos de consultoría profesional. En 2003, la organización se sacó de encima el polvo del tortuoso camino y pasó a llamarse Pimec, a secas. Desde entonces, gana metros, palmo a palmo; su credibilidad se ha forjado sobre el rigor concertador --respeto a los pactos sociales con los sindicatos-- y el consejo del buen consultor. Se va o lo anuncia solemnemente y deja en su cargo al actual secretario de la organización, Antonio Cañete.

varoufakis

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¿Amor por Varoufakis?

Hace apenas tres semanas, en pleno Decreto de Alarma, el ex ministro de Economía de Grecia, Yanis Varoufakis, fue invitado por Pimec a un debate telemático en el que participaron los representantes de empresas catalanas. La distancia ideológica sideral respecto al ponente, que en 2009 violentó al Eurogrupo en plena crisis de la Deuda griega, parecía insalvable. Pero Varoufakis no decepcionó; ofreció a los socios de Pimec una ducha fría de heterodoxia financiera, aunque su momento de enfant méchant está completamente superado. Fuentes conocedoras revelaron en su momento que la presencia del ex ministro griego, vaquero prieto, camiseta estilo Lou Reed y casco colgado en el volante shadow de su moto, era fruto de una gestión facilitada por la ministra de Trabajo y dirigente de Podemos, Yolanda Díaz. El polémico conferenciante no se apiadó del cacumen pragmático del petit empresari: “Francia y Alemania van a defender a sus grandes empresas, para que puedan competir con las norteamericanas, y la ayuda se va a centrar en ellas”. Es decir, Francia y Alemania van a recibir ayudas para que “sus corporaciones puedan competir con las norteamericanas”. Una réplica frágil del paradigma anunciado por Merkel cuando dijo “yo no me vendo la cubertería de plata”, refiriéndose a Lufthansa, la aerolínea de bandera en la que el gobierno de Berlín planea invertir 150.000 millones de euros.

La salvación de Lufthansa pasará a la historia de la política industrial: dinero público a mansalva para socorrer al mercado en plena hegemonía de la CDU, la derecha moderada alemana. El SPD de otro tiempo ha perdido los papeles y los verdes se dan bruces contra la verdad: el Estado sigue siendo el primer motor de la locomotora europea. Y esta conclusión sí fue del agrado de las pimes catalanas; algunos recuerdan con nostalgia el filo germanismo económico de sus abuelos.