Este jueves es un día especial para los catalanes, que nos jugamos mucho en el acto democrático de acudir a las urnas. Hacía mucho tiempo que no votábamos en una jornada laborable, lo que ya da fe de la excepcionalidad de estas elecciones. Lo son, sobre todo, porque además de escoger nuevo Parlamento también deberían contribuir a aclarar nuestro futuro inmediato.

Acumulamos un lustro pidiendo urnas y por fin llegan, no del modo ni en el momento que algunos hubieran deseado, pero sí con toda la sociedad catalana implicada en el debate político y con posiciones fijadas. Para una parte lo único que debía votarse era la afiliación a España, mientras que hoy las urnas permitirán expresar otros deseos, la propia vertebración interna de Cataluña, la seriedad y el respeto a las leyes, el grado de convencimiento general sobre la necesidad de modificar aspectos relacionados con el bienestar y la seguridad jurídica, el respeto a las ideas del otro y, por último, quién nos gobierna en la autonomía los próximos cuatro años. Sí, no me olvido, también evaluarán cuánto populismo demagógico nos ha invadido en este periodo.

Debiéramos votar de forma masiva, porque la ocasión bien lo merece. Sólo una participación altísima permitirá dejar atrás esta larguísima fase de excepcionalidad política y social que tan caro puede costarnos a los ciudadanos catalanes. Los independentistas podrán dejar su voto enseñándonos cómo quieren avanzar hacia su soñada y feliz Arcadia, si por la vía anárquica de la CUP, la monacal de Junqueras y los buenos y malos feligreses o, por fin, con un expresidente de la Generalitat tan radicalizado como huidizo que ha inventado una versión reeditada de la puta y la Ramoneta, pero aplicable con el mando a distancia desde el país de los mejillones. También podremos comprobar si aquel 80% de catalanes que quería votar sobre la independencia son ese porcentaje u otro menos manipulado por las encuestas.

Suceda lo que suceda, lo cierto es que tanto el civismo como la participación debieran ser los aspectos más destacados al final de este 21D al que nos ha llevado un independentismo impaciente y embustero

El constitucionalismo también deberá aclarar quién o quiénes del 155 son sus preferidos para retornar la normalidad en caso de victoria y posibilidad de ejercer el gobierno autonómico. Lo más probable es que, si la aritmética parlamentaria lo posibilita, deban ser los tres al unísono (Cs, PSC y PP) quienes bailen la danza de la reconciliación. Los sombreros que se calce cada uno de los partidos en la nueva etapa guardarán mucha relación con los sufragios que consigan amontonar hoy en las mesas electorales.

Y puede suceder que, después de que votemos hoy, nada cambie en esta convulsa y poliédrica Cataluña de la fractura social. Que resulte imposible investir un nuevo gobierno, que el 155 siga vigente, se convoquen nuevas elecciones y en Semana Santa estemos de nuevo con el voto en la mano. Puede suceder que, según sea el resultado, a Mariano Rajoy se le incendie la cocina con riesgo de que las llamas se propaguen al resto de su confortable vivienda. También cabe que los reales vencedores sean aquellos que cenaron juntos en la casa del conspirador de perfil nacionalista Jaume Roures (Mediapro) y cuyo principal propósito es destrozarlo todo para apropiárselo.

Suceda lo que suceda, lo cierto es que tanto el civismo como la participación debieran ser los aspectos más destacados al final de este 21D al que nos ha llevado un independentismo impaciente y embustero. Será un buen momento para ajustar cuentas con quienes han provocado el actual y frenético estado de convulsión. Por eso, que nadie se extrañe si hoy algunos vamos a votar con una cierta rabia contenida, como la única forma democrática que conocemos de decir hasta aquí hemos llegado.