Sí, como lo leen, los CDR ni defienden ni revolucionan. Esos comités de supuesta defensa de la inexistente república son, como expliqué en un anterior artículo, piquetes violentos, radicales y agitadores profesionales en busca del caos, el desorden y, por tanto, la zozobra del Estado democrático. Según cómo, hasta de la confrontación.

Dicen los independentistas que admiten que esa violencia no les conviene, que también es violencia la actuación estatal, la policial y todo el relato que ustedes ya conocen. Pero, implícitamente, admiten que en Cataluña se haya instalado una nueva fase de frustración que responde sin sentido común. La violencia es miedo de las ideas de los demás y poca fe en las propias. El aforismo no es propio, es del malogrado Forges. Y tiene toda la razón: al radicalismo independentista se le ha fundido un recurso que ha convertido la orgullosa revolución de las sonrisas en una carcajada bolivariana. Y ahí estamos.

Ayer volvimos a tener otro episodio. Unos artefactos explosivos fueron colocados junto a un concesionario de Mercedes Benz en la zona alta de Barcelona. Sólo uno de ellos hizo explosión y, más allá de los daños materiales, no hubo que lamentar víctimas. Los Mossos d'Esquadra que investigan los hechos desactivaron los otros dos y, de acuerdo con las informaciones firmadas por nuestro coordinador de Investigación, Carlos Quílez, dan por supuesto que se trata de una actuación violenta de lo que hay que calificar como kale borroka catalana, o carrer borroka como ha acuñado algún plumilla.

El estadounidense Isaac Asimov sostenía que “la violencia es el último recurso del incompetente”. Y los ataques a las sedes de los partidos políticos constitucionalistas en Cataluña, a nuestro medio de comunicación, a los peajes de las autopistas, al juez del Supremo que resolvió encarcelar a los políticos que se han saltado la ley, los daños en el mobiliario urbano de la última manifestación... todo eso no deja de ser más que una muestra inequívoca de enorme incompetencia de sus autores.

Los resposables de la violencia de los CDR son aquellos que agitaron el cóctel político hasta límites que mestizaban la mentira con la irresponsabilidad

Hay responsables. Sí, son aquellos que agitaron el cóctel político hasta límites que mestizaban la mentira con la irresponsabilidad. Hay líderes ocultos de esa violencia, quienes no confían en el Estado de derecho cuando son ellos los que deben someterse. Algunos de ellos, el propio Carles Puigdemont, cuando era el presidente de Cataluña, hizo algunas declaraciones muy contrarias a actos que ahora se llevan a cabo en su nombre, pero de los que no se distancia ni él ni su corte.

Cuán sintomático es que ayer ninguno de los grandes medios barceloneses quisiera informar en profundidad del atentado contra Automóviles Beltrán. Lo minimizaron hasta el punto que algunas informaciones parecían propias del niño al que se le ha ido la mano explotando petardos por San Juan. Cuán extraño resulta que ninguno de los medios de comunicación que reciben grandes subvenciones de la administración autonómica se hicieran eco de esos hechos y, en cambio, no paren de dar la matraca con el incendio de un Ateneo Popular en Sarrià que atribuyen a grupos de ultraderecha. Pues miren, si eso que denuncian es así, que toda la fuerza del Estado caiga sobre sus autores, pero mientras dejen de faltar a sus lectores, oyentes o televidentes generando un relato tan falso como manipulador.

Existe otra violencia, la verbal. Esa es más propia de las actuaciones de la clerecía independentista que, como algunos de sus paniaguados representantes, insisten en que sólo un levantamiento popular resolverá esta situación. ¿A qué juegan? ¿Saben cómo contribuyen al riesgo de confrontación civil que ayer mencionó el secretario de organización de los socialistas catalanes, Salvador Illa?

Miren, más de la mitad de los catalanes nos hemos acostumbrado durante décadas a vivir en el falso relato nacionalista y dilatar nuestras tragaderas hasta proporciones excesivas. Pero admitir la violencia es otra cosa. Que Albert Rivera deba pedir a Mariano Rajoy mayor protección para aquellos que están más expuestos a las iras de los violentos es una disfunción democrática inaceptable. Que el propio medio que están leyendo deba ser más vigilado por la policía desde hace unos meses ya es indicativo del sinsentido que nos invade. Que hayamos llegado a esa situación en la que normalizamos la existencia de violencia siempre que no nos afecte de manera directa es egoísta por más comprometidos que estemos con el constitucionalismo. Es violencia, joder. Es demasiado serio para protegernos en una posición de silencios cómplices. Denunciemos, pues, sin complejos.