Concluido el show mediático de la investidura, cuando el viernes se vote de nuevo, empezará la verdadera negociación para un posible pacto de gobierno de limitada duración. Lo de ayer era tan previsible que sólo lo formal animó una sesión en la que la principal novedad eran las nuevas caras políticas que debutaban como parlamentarios. Estiras y aflojas dialécticos, alguna salida de tono del energúmeno político Pablo Iglesias… pero, en general, más de lo mismo. 

Durante años, la representación de los partidos catalanes en el Congreso era uno de los momentos esperados de cualquier sesión. Todos los que por allí han pasado representando al grupo que se bautizó como Minoría Catalana eran un ejemplo de aplicación política del sentido común, buenos oradores y, en general, parlamentarios con predicamento para el conjunto de España. Un ejemplo, podría decirse. Poco o nada que ver con Francesc Homs, quien tanto se creyó el independentismo de Artur Mas que cuando su jefe le propinó la patada lateral a la capital española fue incapaz de advertir que ahora su presencia en esa cámara era tan inútil como incoherente con sus ideas.

Lo de ofrecer apoyo a Pedro Sánchez a cambio de un referéndum sobre la independencia parece no se compadece con las tesis de quienes han dicho por activa y por pasiva que en 18 meses habrá leyes y estructuras de estado suficientes para que España pase a la memoria de los catalanes. ¿Qué hace un partido que propone romper con el estado pidiendo pactos políticos? O se rompe o se participa, pero sopas y sorber no puede ser.

Lo peor es el relato que Tardà y Homs dejan ante el resto del país, rocambolesco como su idea de Cataluña

En el periodo de democracia es cierto que en alguna ocasión intervino algún diputado más exaltado de ERC, pero dentro de los turnos del grupo mixto, como una especie de propina de radicalidad que se completaba con vascos de similar signo, algún valenciano y navarro. Eran la nota de color en la chepa del bipartidismo. Ahora que ERC dispone de grupo parlamentario propio (con un diputado más que la antigua CDC) el esperpento de lo catalán estará servido en cada sesión parlamentaria. No porque intervenga el sectario y simplificador diputado Joan Tardà; lo peor es el relato que deja ante las cámaras de su rocambolesca Cataluña. De hecho si lo hiciera aquel chico que encabezó la lista y de quien sin esconderse casi nadie recuerda su nombre (Gabriel Rufián) la payasada constante estaría igual de garantizada.

Los partidos políticos restantes debieran poner coto a eso. Los catalanes que no estamos representados por CDC o por ERC nos vemos señalados no sólo por su actitud política independentista. Eso ya, a estas alturas, es lo de menos. Lo peor es la suficiencia con la que se muestran en la Cámara, con una actitud superlativa propia de grupos excluyentes y políticamente sectarios.

El resto de diputados catalanes, del partido que sean, deberían reivindicar esa condición y explicar las verdaderas preocupaciones de los ciudadanos 

Otros partidos cuentan con diputados catalanes. Conocen la lengua, las costumbres, la sociedad catalana y sus verdaderas problemáticas. Esos parlamentarios deberían ser más visibles y hablar igual, sin complejos, en nombre de los ciudadanos de Cataluña. La suficiencia con la que van a prodigarse en los próximos meses los Tardà, Homs y compañía no se contrarresta con unas bienintencionadas frases en catalán de Albert Rivera.

PSOE, PP, C’s y hasta los coletas deberían impedir que el mensaje sobre lo que pensamos los catalanes y cuáles son nuestros problemas reales sean explicados en exclusiva por quienes creen, con suficiencia mesiánica, que todo se reduce a un tema de lengua y de más gobierno y recursos. Menos todavía cuando cada vez es más evidente que la impostura superlativa de algunos políticos al referirse a lo catalán sólo esconde un profundo complejo y una tremenda vocación de cabeza de ratón al que España le asusta por su tamaño, complejidad y magnitud.