Han sido denostados, nadie los quería. Son un núcleo de arbitrariedades, un lugar donde existen jerarquías y se pica mucha piedra antes de alcanzar instancias de poder. Los partidos políticos no han estado de moda, y se pensó que los líderes podían organizar, a su alrededor, verdaderos movimientos que los pudieran ensalzar hasta la cima de los gobiernos. Y, desde allí, en todo caso, organizar ‘casas comunes’, o partidos de nuevo cuño, más agiles y con capacidad de adaptación. Sin embargo, los partidos vuelven. Lo ha entendido el presidente Pedro Sánchez, viendo de reojo lo que le ocurre a Macron en Francia. Pese a las diferencias que se establecen en cada país, un partido organiza a sus militantes y ofrece ilusión a sus simpatizantes y posibles electores. Cohesiona y genera un mecanismo necesario que enlaza a los gobiernos –si en ese momento se ha logrado el poder—con las agrupaciones partidistas, regionales y locales.

Sánchez ha considerado que debe recuperar ese mecanismo, porque es el único que le puede garantizar una victoria en unas nuevas elecciones y porque ese partido, el PSOE en este caso, es el que debe proporcionar ideas y proyectos, recogiendo las sensibilidades de la militancia y de los simpatizantes y electores. Y eso explica la incorporación de Félix Bolaños, como ministro de Presidencia, y de Óscar López, --que fue secretario de organización del PSOE con Pérez Rubalcaba—como jefe de gabinete.

Eso es determinante. Y prueba que Sánchez ha decidido rectificar, le sepa mal o no, le cueste admitirlo o no. Se trata con claridad de buscar un anclaje con un partido que él necesita, tras una relación complicada en los últimos años, y también por la propia manera en la que Sánchez accedió a la secretaría general del partido y a su candidatura a la presidencia del Gobierno. Deja en el camino, por ahora, a Iván Redondo, alguien que le ha ayudado más que nadie, pero sin ese vínculo que ahora se antoja vital con el PSOE.

Los partidos vuelven. Por ello Pablo Casado se encomienda a la convención del PP, que tendrá lugar tras el verano, en octubre, para que el partido genere ideas, programas políticos y una nueva cultura política para el centro-derecha. Casado, como Sánchez, sabe que necesitará mucha ayuda de esas agrupaciones regionales y locales, de cuadros que solo se vuelcan cuando son reconocidos como imprescindibles, cuando se admite que se les necesita.

En el otro lado, en el PSC, vital también para Sánchez –el PSOE no puede acceder a la Moncloa sin un notable resultado en Cataluña, algo que también necesita el PP aunque se diga lo contrario y que se ha demostrado cuando ha ganado las elecciones, con buenos números en Cataluña—las cosas están más claras. Sánchez premia el Baix Llobregat, con la designación de Raquel Sánchez, la hasta ahora alcaldesa de Gavà, como ministra de Transportes. Y refuerza con ello la estructura del PSC, que tiene en Salvador Illa a su hombre fuerte, con el apoyo de Miquel Iceta, designado ministro de Cultura, a pesar de que al propio Iceta le hubiera gustado seguir al frente de Política Territorial. El PSC es un partido que ha resistido lo indecible en los últimos años, con la esperanza, por parte del independentismo, de que se diluyera y desapareciera por las contradicciones internas que provocó el proceso independentista. Iceta aguantó esa estructura. Y Salvador Illa la puede proyectar hasta alcanzar la presidencia de la Generalitat. Han sido, precisamente, los alcaldes y alcaldesas las que han mantenido y reforzado esa estructura, con un partido que, ciertamente, es más pequeño que hace unas décadas. Pero existe, y ofrece cuadros y brazos cuando se necesita.

Sin partido, los líderes, aunque puedan ser brillantes y tocados por las circunstancias de cada momento, no aguantan. Ha ocurrido con Albert Rivera y Ciudadanos. Tras verse frustrado, en su intento de ser la única referencia del centro-derecha, frente al PP, Rivera dimitió y su partido se vio diezmado. Podría recuperarse, pero esas dinámicas suelen ser determinantes. Sin un partido sólido, presente en todo el territorio, no hay líderes que resistan.

Por eso ERC lo tiene también mejor que Junts per Catalunya, que todavía no sabe cómo organizarse, porque sus estructuras son muy débiles, con la mayoría de alcaldes postconvergentes todavía en las filas del PDECat.

Esa es la realidad que se ha querido obviar en los últimos años. La realidad que Sánchez quiso doblegar. Tras los nefastos resultados en Madrid, ha querido rectificar pidiendo ayuda al partido, aunque parezca que está por encima del bien y del mal. Sin embargo, eso no es garantía de éxito. Pero sí es condición necesaria, aunque no suficiente.