Los independentistas están muy habituados a amordazar la ley. Literalmente. Lo hicieron en la anterior legislatura, cuando los representantes de Junts pel Sí, el nombre que utilizaban CDC y ERC como coalición, mandaron callar a un letrado del Parlament en aquellos traumáticos días 6 y 7 de septiembre, que siempre seran recordados como las fechas en las que se aprobaron manu militari las leyes del referéndum y de transitoriedad. El abogado pretendía advertir, por enésima vez, de la ilegalidad que suponía perpetrar la ruptura de España sin mayoría política ni base jurídica. Fue en vano.

Hay quien va más allá y tilda de "infames" esas sesiones, en las que los secesionistas violentaron las leyes y las normas catalanas hasta ajustarlas a sus deseos.

Parece que Carles Puigdemont y sus astutos seguidores echan de menos esas jornadas de pasilleo y conspiración, y ahora pretenden volver a exprimir las normas de la Cámara catalana para otorgar rango legal a un pretendido gobierno en Waterloo.

¿Por qué en Waterloo y no en Tombuctú? Puigdemont pretende ungirse a sí mismo presidente, como Napoleón, aunque en su caso lo hizo como emperador. Al tiempo, porque Puigdemont está embalado

¿Por qué en Waterloo y no en Tombuctú? Supongo que el de Girona pretende ungirse a sí mismo presidente, como Napoleón, aunque en su caso lo hizo como emperador. Pero al tiempo, que Puigdemont está embalado.

De hecho, el hijo político de Artur Mas ya apuntaba maneras cuando, a través de la citada ley de transitoriedad, pretendía ejercer un control político absoluto de jueces y fiscales. Y encima tener inmunidad como presidente. "Es bueno ser rey", decía Mel Brooks en el famoso gag de La loca historia del mundo. Pues eso.

Pero existe una gran diferencia respecto a aquellos días de furia que el presidenciable pretende resucitar. ERC comienza a perder el miedo y PDeCAT no está dispuesta a secundar las locuras jurídicas que mantienen en la cárcel a Oriol Junqueras, Joaquim Forn, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, mientras el bon vivant de Puigdemont vive sus cinco minutos de gloria en Bruselas