Aunque se agradece, no deja de sorprender la velocidad con que los técnicos de la competencia han dado su opinión fundamentada y contraria a la regulación que pretende establecer la Generalitat para el negocio de los vehículos de transporte con conductor (VTC).

En resumen, consideran que si compañías como Uber y Cabify prestan el mismo servicio que los taxis convencionales, ningún tribunal de justicia aceptará que se rijan por normativas distintas. De ahí las prisas: "Autoridades, no vayan por ahí, que legalmente no tienen recorrido".

Los argumentos de Marcel Coderch, presidente del organismo catalán que se ocupa de estas tareas, la Acco, son del todo razonables. Dice, por ejemplo, que el precio tarifado por el taxímetro responde al deseo de proteger al usuario en épocas pasadas, pero que la tecnología actual permite conocer de antemano el precio de un servicio incluyendo variables como la densidad del tráfico.

Las compañías que han desarrollado el negocio del nuevo modelo de taxi a escala internacional conocen perfectamente los puntos débiles del sector en cada territorio, están bien asesoradas y convencidas de que terminarán ganando la batalla. Les costará más trabajo en países como España, muy regulados, pero al final lo conseguirán. Y los taxistas lo saben. Como los hoteleros saben que el fenómeno de los pisos turísticos es imparable.

Cabify ha propuesto crear un fondo para costear la amortización de las licencias madrileñas de taxi que desaparezcan en esta batalla: 2.400 millones de euros que saldrían de un pequeño recargo por kilómetro recorrido en los VTC. La batalla campal de los llamados pesetos responde justamente a eso: a la resistencia a perder el fondo de comercio que se esconde tras las licencias.

Pero no hay vuelta de hoja. La tecnología permite montar un negocio enorme con plantillas reducidas y escaso riesgo: la inversión más importante es el asesoramiento, tanto técnico como legal. Las flotas de coches no son propias, sino de los proveedores; todo funciona sobre la comisión por intermediar con una aplicación de móvil.

La digitalización de su negocio les da tal agilidad que son capaces de abandonar una ciudad si las cosas se ponen feas y poder decir después al mundo que las autoridades locales dificultan las libertades y el desarrollo de la economía.

Demos gracias a que aquí nunca veremos espectáculos como los de otras ciudades importantes del mundo --Santiago de Chile, por ejemplo-- donde el ayuntamiento concede autorización para explotar la misma línea de bus urbano a más de una compañía. Después, los ciudadanos contemplan atónitos las carreras de los autobuses por llegar antes a la parada y arrebatar pasaje a la competencia.