Una de las expresiones de la ideología aún dominante en Cataluña tiene que ver con Madrid, el nombre de una ciudad que evoca distintas realidades, casi todas negativas. Desde la deportiva –ahí tenemos a Jan Laporta envolviéndose con la Cibeles para no explicar en qué se gastó el Barça 7,5 millones de euros--, a la Administración central o Estado, a la propia capital, la comunidad autónoma, incluso al franquismo.
Madrid es el paño de lágrimas de los complejos y de la pura incapacidad para ciertas gentes y organizaciones. Es la capa que todo lo tapa que el pujolismo se encargó de tejer mucho antes de que llegara a la Generalitat: ya era el lugar común del catalanismo cuando la dictadura entraba en barrena.
Medio siglo después, una buena parte de la clase dirigente de este país aún se escuda en Madrid para justificar cualquier problema que surja a este lado del Ebro, incluida por supuesto Barcelona.
Entre el miércoles y el viernes de esta semana se han celebrado las jornadas Desperta BCN! en las que empresarios, políticos y profesionales han hecho una radiografía de los males de la capital catalana y de sus soluciones. No se lo van a creer, pero de los 12 debates de estos tres días, el dedicado a la ampliación de El Prat ha sido en el que Madrid ha aparecido menos veces. En todos los demás, su sombra ha planeado de forma constante, casi obsesiva.
Sin embargo, hay buenas noticias porque muchas de las voces oídas en DFactory se han encargado de poner de relieve la falsedad de la comparación victimista y lo han hecho con argumentos que permiten albergar la esperanza de que un día acabe esa cantinela de conformismo gandul.
Javier Faus, financiero y expresidente del Círculo de Economía, explicó cómo Madrid ha ganado un punto de participación en el PIB nacional en cada década desde 1940 hasta superar el 20% gracias a su propio esfuerzo y a la falta de respuesta de los otros territorios. Cataluña se ha quedado con el mismo 20% que tenía décadas atrás pese a su crecimiento demográfico, lo que ha reducido su productividad. Mérito o demérito de nadie más; con comunidades autónomas y sin ellas.
El crítico Malcolm Otero Barral también puso un punto de lucidez en el pesado debate lastimero echando realismo al llamado boom literario de la Barcelona de los 70 –“Con idéntico fundamento podríamos hablar del boom de Calaceite, donde se afincó José Donoso en la misma época”-- para recordar que Barcelona sigue siendo la capital mundial de la edición en castellano junto a México DF y Buenos Aires.
Miquel Iceta, ministro de Cultura y político de la vieja escuela, aun y obligado por la prudencia, quiso hablar del sinsentido de ciertas quejas barcelonesas sobre el teatro recordando el enorme éxito de los musicales madrileños basados muy a menudo en talento catalán e impulsados por promotores privados sin más apoyo que su bolsillo y su sentido del riesgo empresarial.
Testimonios de lo que debería ser Barcelona y Cataluña, lejos de la lágrima y el cague permanente; sin envidias ni rencores construidos gota a gota para respaldar políticas conservadoras que eluden permanentemente la responsabilidad del gestor público ante el Estado del bienestar y el reparto de la riqueza.