El fraccionamiento del voto tiene consecuencias imprevisibles más allá del final del bipartidismo, y una de ellas es que convierte las jornadas electorales en la primera vuelta de los comicios para ser coronada después de las negociaciones por una segunda vuelta. Ocurrió en Barcelona en 2019, cuando la lista de Ernest Maragall sacó más votos que ninguna otra, pero él no llegó a ser alcalde.

Le podría suceder a Xavier Trias en esta ocasión. Su nombre, que no su partido, JxCat, ha conseguido 11 concejales en Barcelona y podría alcanzar los 21 de la mayoría absoluta con los del PSC, pero Jaume Collboni ya ha dicho que quiere negociar con el resto de “la izquierda progresista” que en su opinión ha sido designada por el pueblo para gobernar Barcelona: PSC, BeC y ERC, por este orden, un orden que le pondría a al frente de la alcaldía como el más votado.

El esquema reproduciría algo semejante a la coalición que gobierna en la Moncloa, aunque en este caso los republicanos apoyan desde el exterior, y no siempre, como sucedió en la reforma de la reforma laboral.

Quien pondría más inconvenientes para ese acuerdo, aunque sin rechazarlo, sería Ada Colau, a la que ocupar una tenencia de alcaldía después de dos mandatos como alcaldesa se le haría cuesta arriba, aunque seguro que habrá fórmulas. De momento, ella se cuidó muy mucho de no felicitar a los “ganadores”; les felicitó por los resultados obtenidos, que es distinto.

En cualquier caso, bienvenida sea la segunda vuelta que de terminar como se intuye supondría un cuádruple triunfo: los comunes aguantan con solo un concejal menos, pese a que el 75% de los barceloneses preferirían prescindir de Colau; los neoconvergentes doblan resultados, aunque no gobiernen; el PSC mejora un edil y se sienta en la poltrona; y ERC, aunque pierde el 40% del apoyo, le devuelve la pelota de 2019 a Colau.

Como se ve, las encuestas acertaron esta vez, al menos en el triple empate en Barcelona. No han sido tan exactas en la predicción del sarpullido ultra que ha asomado en tantos rincones de Cataluña, precisamente en los que la desmovilización independentista ha sido mayor.