Con la carga simbólica, sentimental y utópica habitual de las fuerzas nacionalistas catalanas, Junts pel Sí y la CUP han hecho presidente de la Generalitat al alcalde de Girona, Carles Puigdemont, que asume la declaración secesionista del pasado 9 de noviembre. Empieza un nuevo espectáculo, el que brindarán desde el Parlamento catalán y desde su gobierno quienes reciben el mandato de abrir un proceso político que deriva en una hipotética independencia de Cataluña.

Perdieron el plebiscito del 27S, pero han demostrado cómo las urnas no son su mayor preferencia democrática. Por iniciar el proceso con ese apoyo de una amplia minoría, pero también por la frase de un Artur Mas que les evidenció: aquella que decía que debía arreglarse a su manera lo que no lograron en las elecciones.

Estamos ante una fase política que es más que incierta. Es más, negativa para la seguridad jurídica, para el desarrollo y la creatividad del país. Peligrosa incluso, y desde hace tiempo, para la propia marca Cataluña.

El 52% de los catalanes seremos gobernados por un conjunto de políticos que sólo lograron reunir al 47,8% de los electores. Desde esa premisa, y hasta que el proceso no haga implosión al enfrentarse con la realidad, quedan pocas opciones que no sean el uso de la ley con escrupuloso respeto democrático. La más próxima, la que debemos aplicar los catalanes no afines a las tesis que nos gobernarán en los próximos meses, es la que pasa por minimizar los daños.

Los habrá, no tengan duda. Y los políticos que avalen esas políticas de desafío serán al final los responsables de lo acontecido. Por más que se emocionen con palabras grandilocuentes sobre la patria, los grandes proyectos sociales que no aplicaron cuando pudieron, las utopías políticas y las referencias a la trascendencia del momento, parten de un enorme fraude, el proceso soberanista en sí mismo.

Puigdemont se presentó ayer como un presidente de tono moderado, de todos. Pero su historia dice que forma parte del ala dura del independentismo. Es el representante de una nueva hornada de políticos catalanes que jubilan políticamente a Mas, Felip Puig, Andreu Mas-Colell y a todos los herederos del pujolismo. Y recepciona esa herencia olvidándose de la corrupción y de los riesgos venideros de la fractura social en ciernes.

¡Ojalá no acabemos añorando la irresponsabilidad y la astuta soberbia de Mas! Lo dicho, cuerpo a tierra.