Los cambios que el presidente del FC Barcelona, Josep Maria Bartomeu, quería aplicar a la organización interna después de revalidar su mandato en las elecciones de julio pasado han sido inmediatos tras el parón vacacional de agosto. Afectan a cómo se dirigirá la entidad desde la perspectiva corporativa y suponen decisiones drásticas con respecto a las personas que deben desarrollar ese cometido.

El primero al que le ha pasado por encima el cepillo de los cambios es al controvertido periodista Albert Montagut, hasta hace unas horas director de comunicación de la entidad. Como se había sospechado desde hacía meses, el cargo ha recaído en Albert Roura. El nuevo dircom procede del Palau de la Música, actúa con discreción y sentido común y es un estrecho colaborador del vicepresidente responsable de marketing y comunicación, Manel Arroyo.

Montagut fue fichado por Sandro Rosell gracias más a sus amigos que a sus méritos. Se produjo su llegada apenas unas semanas antes de la controvertida espantada y jamás fue visto por las juntas directivas como el profesional adecuado para ocuparse de la comunicación de la entidad blaugrana. Como premio de consolación temporal, el destituido dircom se ocupará del área internacional de comunicación, que en román paladino es una patada lateral.

Albert Soler y Albert Montagut salen tocados de los cambios que lidera el presidente

Tampoco está muy contento Albert Soler. Barto le fichó en su día para mejorar las relaciones institucionales. La incorporación cabreó sobremanera a Carles Vilarrubí, vicepresidente responsable de esa área. Además se daba la circunstancia de que Soler acababa de ser alto cargo del Gobierno socialista y diputado por ese partido en Madrid. De Vilarrubí es conocida su proximidad a Convergència Democràtica de Catalunya. El perfil político de Soler no ha acabado de ser especialmente bien visto entre la sociedad civil catalana. Las dudas que genera su militancia y un eventual uso del cargo para fines políticos últimos han decantando a Bartomeu a hacerle descender un peldaño en el escalafón de mando y apostar por un perfil empresarial más claro y contrastado: el del gerente Ignacio Mestre.

Barto quiere ganar títulos, pero también convertir al Barça en una empresa bien engrasada que pueda competir en el escenario internacional de manera clara. Mestre garantiza mejor ese cometido por su currículo como gestor en la empresa privada. Soler, en cambio, abundaba en uno de los grandes temores que quiere conjurar el nuevo presidente: la excesiva politización del Barça en los últimos tiempos. Y, por lo que sé, Barto va a lanzar la pelota al suelo y a dejar de bombear balones como en los últimos tiempos de Rosell en que la obediencia debida del club al Govern de la Generalitat y al partido que impulsaba el proceso nacionalista comenzaron a ser próximos a la subordinación.

Más allá de los interesantes cambios que también se dibujan en el departamento jurídico del club o en su área dedicada a la captación de patrocinadores internacionales, que se hacían necesarios para los nuevos propósitos del legitimado presidente, el Barça que se dibuja en el horizonte está mucho más próximo a un club transversal y empresarialmente sólido que al esperpento en el que llevaba camino de convertirse gracias a las trapacerías de Rosell, jamás del todo explicadas. Quienes advertimos a Barto de lo necesario de esa transformación podemos darnos por satisfechos. Bienvenida sea, pues, la cordura al Camp Nou.