Empieza a ser legión en Cataluña el número de ciudadanos hasta las narices de los colaterales del proceso político de independencia. Huelgas, cortes de tráfico, manifestaciones que entorpecen el libre desarrollo de la actividad habitual y un sinfín de actuaciones públicas que, por más fanático que uno sea, no dejan de generar molestias gratuitas a la colectividad.

El intento de algunos sindicalistas profesionales y de no pocos políticos de nuevo cuño de afectar a la economía, y en consecuencia a los bolsillos particulares, es de una irresponsabilidad rayana con la estulticia. De ahí que la última de las convocatorias realizadas para celebrar un nuevo paro, huelga general o llámesele paro de país, como se prefiera, estén condenados al fracaso.

Primero porque los sindicatos de clase mayoritarios también se juegan mucho en este contencioso político. No pueden seguir coqueteando hasta la extenuación con la estúpida actitud de la democracia radical por encima de cualquier otra consideración y rascar la nómina de sus afiliados y simpatizantes con nuevos recortes provocados por las jornadas de protesta. CCOO y UGT deben aclararse, decidir, en definitiva, si son fuerzas pseudopolíticas o meros representantes de una clase trabajadora cada vez más alejada de la política parlamentaria.

El intento de algunos sindicalistas profesionales y de no pocos políticos de nuevo cuño de afectar a la economía, y en consecuencia a los bolsillos particulares, es de una irresponsabilidad rayana con la estulticia

Que uno de los líderes de la central convocante del próximo paro esté relacionado y condenado por uno de los atentados más sangrientos (por cómo se llevó a cabo y las consecuencias que arrojó) de las últimas décadas en Barcelona tampoco ayuda a sentirse solidarios con la propuesta.

Y, por si todo eso fuera insuficiente, con unas elecciones en el horizonte más próximo, a la ciudadanía le parece innecesario otro tipo de actuación que no pase por depositar el voto en las urnas y formar un nuevo Gobierno catalán, sea cual sea su color político. El resto no deja de constituir una especie de profesionalización de la protesta que altera el estado de ánimo colectivo y no servirá para convertir a Cataluña en un Estado independiente, sacar a los temerarios y presuntos delincuentes políticos de la prisión, ni mucho menos mejorar la democracia catalana y española.

Los caminos son otros y empezamos a sumar mucho más aquellos que estamos hasta el gorro del estado de excitación permanente que algunos intentan extender entre la sociedad catalana que quienes se dedican a hacerlo. Por tanto, y como recomendación, sugiero que hagamos una huelga a los huelguistas. Ojalá así aprendieran y se dieran cuenta de una vez por todas del daño colectivo que infligen en defensa de sus posturas más individuales que generales.