Nada más socorrido que hablar del tiempo cuando no se sabe qué decir. ERC lo hizo ayer, en plena sesión parlamentaria, donde se refirió a estos calores que azotan la península en una interpelación a sus socios de Junts per Catalunya. Como se sabe, hace tiempo que estas formaciones independentistas tienen poco o nada que decirse. El procés ha roto muchas cosas, también la unidad secesionista. El intercambio de reproches es cada vez más notorio. Los republicanos han soltado lastre de la unilateralidad que Quim Torra defiende, hasta el punto de desmarcarse de una iniciativa legislativa popular favorable a una nueva declaración de independencia a la brava.
Se avecinan meses de soflamas, declaraciones y desafíos secesionistas, similares a la DUI que ERC ha evitado que prospere. Si el presidente del Parlament, Roger Torrent, lo hace por miedo a acabar en la cárcel, como su predecesora Carme Forcadell, o por responsabilidad, es algo que el tacticismo de ERC intentará ocultar por todos los medios. Ser acusado de traidor es una carga sumamente pesada. Y no solo en el terreno personal, sino en el electoral, donde, de momento, los republicanos van saliendo airosos.
Ante esos buenos resultados electorales, que según algunos analistas pueden convertir a Esquerra en la nueva Convergència, en lo que respecta a las posibilidades de ocupar un espacio de centralidad catalana, la pregunta es inevitable: ¿Por qué no rompe ya con sus socios? Pues por la sencilla razón de que ERC necesita tiempo para afianzar sus futuros liderazgos.
Esta formación afrontará las próximas elecciones catalanas con su presidente, Oriol Junqueras, previsiblemente condenado e inhabilitado. Carece, por tanto, de un candidato que garantice firmes apoyos, tanto a nivel interno como en esa base social que pretende ampliar. Por el contrario, Junts per Catalunya podría presentar de nuevo a Carles Puigdemont como cabeza de lista. El fugado no puede regresar a Cataluña, pero no renuncia a ser investido presidente a distancia y sus compañeros de filas llevan un año presentando reformas normativas con la finalidad de que el “presidente legítimo” regrese de forma telemática.
La marca Puigdemont tira todavía. Junts lo sabe, aunque también es consciente de que no puede renunciar a ese independentismo moderado que ahora mira hacia ERC. Entra en juego, este medio ha dado cuenta de ello en diversas ocasiones, la operación Mas. Esto es, el retorno del expresidente --si es que alguna vez se fue-- una vez haya saldado sus cuentas con la Justicia. Eso ocurrirá en la primavera de 2020. ¿Un tándem electoral formado por Puigdemont-Mas? El tiempo lo dirá. Pero quedan claras las razones para que Junts se tome con calma eso de los nuevos comicios autonómicos.
En el caso de ERC, la espera se debe también a la necesidad de buscar un nuevo cabeza de cartel. ¿Roger Torrent o Pere Aragonès? Esa es la cuestión. Una espera que resulta ya agónica para los socios de gobierno, pero sobre todo para los ciudadanos. Que ayer no prosperara el decreto que regula el precio de los alquileres, más allá de sus graves defectos de forma y de fondo, dice mucho de la situación de parálisis que se vive en Cataluña. Toda la oposición rechazó esta medida social, impulsada a prisa y corriendo por ERC por motivos electorales, visualizando así la falta de liderazgo, de gestión y de apoyos que tiene un Govern que no confía en sus propias iniciativas. Lo demostró en los presupuestos de 2019, que no llegaron a ser aprobados en el Consell Executiu y mucho menos en el Parlament. No hay visos de que puedan aprobarse una nuevas cuentas lo que aboca a la Generalitat a una tercera prórroga presupuestaria. La ley lo permite, no así las arcas y los proyectos que los consejeros, llevados quizá por una vergüenza torera, aseguran querer impulsar.