Si la CUP es capaz de resistir como organización las presiones de las que será objeto en los próximos días para investir a Artur Mas presidente de la Generalitat de Cataluña el horizonte de unos nuevos comicios parece más que probable. Manresa acabó ayer con el masianismo.

Caben acuerdos imprevistos, tamayazos a la catalana o cualquier otra suerte de cambalache político para evitar la definitiva muerte política de CDC y de su actual líder. Nada es descartable. Como tampoco lo es que tras los resultados de las elecciones españoles se abra alguna ventana de oportunidad para unos independentistas que, seguro, descafeinarán no sólo el café, puede que hasta sus declaraciones grandilocuentes y sus hipotéticas estructuras de estado.

Cataluña es hoy ingobernable. Incluso aceptando que el gobierno conservador del PP en España podría haber introducido elementos de rebaja de la tensión, lo cierto es que la situación actual nos la hemos fabricado solos, sin más ayuda que el dinero público utilizado en algunas infames campañas de radicalización de los catalanes. 

Mas, el astuto, ha ido de derrota en derrota hasta quedar invalidado para presidir incluso una comunidad de propietarios. Bajo el pretexto de supuestos mandatos democráticos se aferra al poder como a un clavo ardiendo. No parece importarle que en su viaje hacia ninguna parte se lleve el principal activo político que heredó: la zona templada de la sociedad catalana, el orden, el ánimo de consenso, el pragmatismo, un cierto posibilismo y la posibilidad de avanzar con lentitud hacia su soñada Ítaca. Vamos, el ADN de CDC.

Cabe aún una posibilidad antes de llamar a los catalanes a repetir las elecciones: la inmolación. Artur Mas se retira sin honores a su Grífols o equivalente y la CUP apoya un candidato alternativo de Junts pel Sí. Esa posibilidad mataría del todo al presidente en funciones, pero salvaría una parte importante de los cargos que ocupan sus correligionarios convergentes en la administración catalana y sería bien visto por la clerecía soberanista. Al menos, un tiempo.

En todos los casos, incluso en unas hipotéticas elecciones autonómicas avanzadas se habrán consumado dos hechos innegables: el independentismo ha alcanzado altas cotas de respaldo social que difícilmente crecerán en los próximos meses; en ese marco, Oriol Junqueras es el nuevo líder del nacionalismo catalán dentro y fuera de Cataluña.

La encuesta que ayer publicaba el diario del conde de Godó es clara. Los catalanes no están por un pacto con la CUP; tampoco crece el independentismo y, para más inri, ante unas eventuales elecciones adelantadas los datos son testarudos: sigue la división de la sociedad catalana entre soberanistas y sus contrarios. Todo un mérito de nuestro astuto jefe del Gobierno catalán. La historia acabará rememorándolo, pero es posible que no de la forma que él hubiera deseado.