Ver a Artur Mas desfilar ante los juzgados en una versión acentuada del Mesías de aquel cartel electoral de CDC no es meramente culpa suya, por ridículo que resulte. Oír a Cristóbal Montoro criticar ciertos asuntos intestinos de su propio gobierno no tiene que ver con el gracejo, discutible, del ministro andaluz. Que al presidente del gobierno de España se le suiciden cuadros en el País Vasco no es un asunto gratuito y circunstancial. Que salga el caducado José María Aznar de la catacumbas de la política sólo puede ser un trastorno del sistema. Ya lo fue él como presidente.

En estos momentos, el inconveniente democrático de España es el PP. Entiéndanme: la contrariedad no es ser conservador, liberal o de derechas. Eso no sólo es lícito, sino que es mundialmente reconocido democráticamente. Incluso resulta necesario en algunas fases políticas de organizaciones y territorios.

El desajuste viene de y lo presenta un partido imprescindible para un país como España, pero que hoy es incapaz de adaptar sus liderazgos y discursos a los nuevos tiempos.

El asunto catalán no acaba de resultar entendido en el gobierno de Madrid. Lo dice alguien cansando del nacionalismo catalán, de su victimismo y su recurso fácil al martirologio de sus líderes. Pero, echemos a un lado todo eso. El PP es incapaz de dar respuestas a los desafíos políticos constantes que le llegan desde Barcelona.

Igual de ineficiente es el PP en ese asunto como en resolver la corrupción sistémica, la crisis de las grandes instituciones políticas o en los nuevos retos del Estado del Bienestar. Es una lástima que toda la gente de orden del país esté huérfana de una representatividad suficiente y evolutiva en los grandes asuntos políticos que nos ocupan.

Eso es aún más grave en Cataluña, donde el PP hace demasiado tiempo que no existe por servidumbre directa al Aznar más nefasto. El PP, con su ministro condecorador de vírgenes y resucitador de viejos miedos atávicos, no acaba de entender el problema del país dándole, en consecuencia, absoluta libertad de vuelo al más centrado, claro y diáfano partido de Albert Ribera.

Una buena solución para evitar que Mas se pasee por Barcelona como un protomártir sería que el PP desapareciera de Cataluña. Lo hizo antes en Navarra y sería una gran idea aquí. A retos difíciles sólo pueden hacer frente partidos preparados y organizaciones capaces de desarrollar políticas útiles.

Sí, sé que lo que digo es de una osadía rayana en lo estratosférico. Pero, seamos serios, o el PP entiende el país, entiende Cataluña, entiende la brecha entre ricos y pobres o seremos incapaces de avanzar. Y eso, estimados amigos, es un horizonte que muchos no queremos ni tan siquiera sopesar.