Pensamiento

Nos falta autocrítica

16 octubre, 2015 00:55

Es frecuente (y fácil) la crítica al nacionalismo. Va tan dirigido al corazón y a las entrañas que desde la razón cuesta poco dejarlo en evidencia. Sin embargo, ¿por qué tiene mucho más éxito en Gerona que en Perpiñán, en San Sebastián que en Hendaya?

Para explicar su expansión siempre se aduce su control sobre los medios de comunicación subvencionados y sobre la educación. Todo muy cierto, pero, ¿por qué crece en Baleares, Valencia o Navarra, donde no ha podido instrumentalizar la sociedad desde la oposición?

Nos falta autocrítica. Que el nacionalismo es una ideología seductora es una evidencia:

1º) Adula al elector, pues le hace creer que forma parte de una comunidad especial (cuando no superior), es decir, fomenta la natural vanidad humana.

2º) Alienta el espíritu de comunidad, lo que proporciona un sentimiento de protección tribal.

3º) Otorga certezas con sus dogmas (qué es un nación, dónde están nuestros enemigos, de dónde venimos, hacia dónde vamos, cómo somos...).

4º) Fomenta el sentido de participación comunitaria con sus rituales (manifestaciones, ofrendas florales a los héroes, conmemoraciones patrias, mares de banderas, cánticos, etc.)

5º) Esboza un paraíso, una tierra prometida donde las fuentes manarán leche y miel.

6º) Disuelve el conflicto interior al desviarlo hacia un enemigo externo.

7º) Permite eludir responsabilidades al gobernante (“Madrid es culpable”).

8º) Descubre amenazas y agravios, lo que anima a una estimulante lucha.

9º) Ofrece un ser por el que sacrificarse (Cataluña) y, por tanto, permite sentirse superior respecto a aquellos ciegos o pusilánimes que no trabajan por el bien común.

10º) Proporciona una moral, nos enseña cómo debemos ser y comportarnos, qué lengua hablar, qué partido votar, a qué entidad ensalzar.

11º) Confecciona un embriagador relato mítico de nuestro ser colectivo y nos dibuja una solución mágica.

12º) Permite ser el triunfador dialéctico, pues al situar a sus seguidores en el papel de víctima coloca a sus detractores en el de victimarios, o sea, “el otro siempre me debe algo”.

13º) Regala un motivo por el que sentirse rebelde e inconformista.

El nacionalismo, en suma, hace a muchas personas sentirse importantes (por haber nacido en un determinado lugar) y valiosas (por sus elevados ideales). La vida tiene otro color. Qué duda cabe, es una ideología seductora y motivadora. Y al propio tiempo muy antisocial, puesto que siembra la semilla del resentimiento y el rechazo, en suma, del conflicto. Ni qué decir tiene que es una ideología reaccionaria.

Pero la potencia del nacionalismo no responde a las dos primeras preguntas de este artículo. Esbozaré algunas causas de sus éxitos:

1º) Frente a la hiperidentidad nacional catalanista no hay una satisfactoria identidad española (pero sí francesa, por eso no hay casi nacionalismo en el Rosellón ni en el País Vasco francés). Cuando digo satisfactoria no quiero decir que tenga que ser chovinista. La satisfacción es siempre subjetiva. Recuerdo a un italiano, que a rebufo de la fuga de cerebros italianos a las universidades extranjeras, exclamó: “La excelencia de nuestros investigadores hace que las universidades de medio mundo se los rifen”. En pareja situación muchos españoles dirían: “¡Qué calamidad! ¡No somos capaces de proporcionar un futuro a nuestros científicos!”.

Muchas generaciones de españoles fueron educadas en el mito de la grandeza de los Austrias. De tal manera se alienta una estéril nostalgia por ese pasado y se deposita una amargura por el deseo insatisfecho de alcanzar ese esplendor perdido

Ante el hundimiento del Prestige, la colza, la corrupción, etc., muchos españoles exclaman: “¡Qué país, somos un país de pandereta, no tenemos remedio, esto no pasa más que en España, somos un país de chorizos!”. No me imagino a un francés respondiendo de igual manera ante el naufragio del petrolero Erika en la Bretaña, o el escándalo de la sangre infectada por el VIH, ni el procesamiento de Chirac ni el rosario de casos de corrupción que afectan al país galo.

El poema del reusense Joaquín Bartrina es elocuente: “Oyendo hablar a un hombre fácil es comprender dónde vio la luz del Sol. Si habla bien de Inglaterra, es un inglés. Si habla mal de Alemania, es un francés. Si habla mal de España... ¡es español!”. ¿De dónde procederá una visión tan negativa de lo español? Ortega y Gasset en España invertebrada apuntaba que “de 1580 hasta el día cuanto en España acontece es decadencia y desintegración”.

Una luz sobre el problema nos la aporta Henry Kamen: “El mito de la decadencia subsistirá mientras perdure el de la grandeza imperial”. Y es cierto. Muchas generaciones de españoles fueron educadas en el mito de la grandeza de los Austrias. De tal manera se alienta una estéril nostalgia por ese pasado y se deposita una amargura por el deseo insatisfecho de alcanzar ese esplendor perdido.

Pero si no se percibe tal reconocimiento ni progreso, ¿quién es el culpable? Podemos apuntar, como hicieron muchos nacionalistas españolistas, a una conspiración centroeuropea (la pérfida Albión, los gabachos, la prepotencia alemana, etc.) o hacia nosotros mismos, mortificándonos por imaginarios defectos que solo nosotros poseemos, dando pábulo a la leyenda negra.

Y si la identidad española (para muchos) es vergonzante y (para otros) es casticista, ¿cómo no va a haber nacionalismo centrífugo? Mientras sobre el pasado hispánico subsistan tantos mitos neciamente grandilocuentes o estúpidamente autoconmiserativos tendremos una percepción denigrante de la españolidad.

Modificar ese complejo de inferioridad de lo español llevará tiempo. Se cura viajando por otros países, y descubriendo que en la mayor parte del mundo los problemas son más graves que aquí y que defectos supuestamente hispánicos se prodigan por doquier

El franquismo se recreó en esa fantasía de grandeza imperial y se autoidentificó con España. Hoy muchos ciudadanos atribuyen nuestros problemas (la incompetencia administrativa, los accidentes ferroviarios, la corrupción, los abusos del poder, etc.), problemas que son universales, al simple hecho de que vivimos en España. De ahí a que el cupaire David Fernández diga que España es un proyecto falangista o que Oriol Junqueras sostenga que España es un Estado atrasado y autoritario no hay más que un pequeño e ineludible paso.

Modificar ese complejo de inferioridad de lo español llevará tiempo. Se cura viajando por otros países, y descubriendo que en la mayor parte del mundo los problemas son más graves que aquí y que defectos supuestamente hispánicos se prodigan por doquier. Se cura enseñando la historia de forma comparada (muchos descubrirían que Francia o Inglaterra ha sufrido más guerras civiles que España, que la intolerancia religiosa fue una marca de la casa “Europa” o que el atraso cultural o material del este y del sur europeo ha sido históricamente más acusado que el español). Se cura cuidando el lenguaje, sin denigrar a nuestros conciudadanos con expresiones del estilo “¡Qué país, esto no pasa más que en España!”. Se cura reconociendo los errores del pasado con humildad. Se cura agradeciendo el esfuerzo de nuestros antepasados para alimentar a sus hijos en un suelo pobre y mayormente montañoso y seco. Se cura valorando la obra de ciudadanos que lucharon por mejorar la suerte de todos nosotros. Se cura respetando al adversario y trabajando por un ilusionante proyecto común.

2º) También el nacionalismo bebe de la creencia de que el español es un Estado fallido. El nacionalismo eclosionó con la pérdida de Cuba y se desarrolló al calor del hastío hacia un régimen caciquil. Hoy el nacionalismo cosecha votos abonados por una doble y brutal crisis, la económica y la institucional. Un Senado inútil, un Congreso siervo del Gobierno, un Consejo General del Poder Judicial politizado, un Tribunal Constitucional cuestionado, unos gobiernos autonómicos manirrotos, unas cajas de ahorro quebradas por gestores políticos, unos partidos convertidos en agencia de colocación de sus militantes, una familia real con sombras, unos bancos temerarios en su endeudamiento rescatados con dinero del contribuyente..., y un paro desbocado.

Mientras no haya regeneración política el secesionismo crecerá. ¿Para cuándo la reforma constitucional?

El nacionalismo recoge los frutos del descontento, por más que los partidos nacionalistas adolezcan de la misma decrepitud que los convencionales y por más que haya más corrupción en la Administración de la Generalitat que en la del Estado. El nacionalismo no solo exclama: “nosotros primeros”, sino también: “nosotros lo hacemos mejor”. Dada la pésima imagen que tantos ciudadanos tienen de la españolidad los planteamientos nacionalistas tienen seguimiento. Pero la responsabilidad de mejorar las instituciones comunes es nuestra. Mientras no haya regeneración política el secesionismo crecerá. ¿Para cuándo la reforma constitucional?

Un Estado que no proporcione a sus ciudadanos la sensación de que ellos son los dueños del mismo es un Estado al que los nacionalistas pronto encontrarán una puerta de salida. Sin un proyecto sugestivo e inclusivo muchos querrán irse.