Uno de los retos que se intentarán solventar en el marco de la estrategia España Digital 2025, con un programa específico para este fin, será el denominado scaleup de las startups. O lo que es lo mismo, hacer frente al eterno problema de que las pymes y micropymes del país no son capaces de evolucionar hacia medianas o grandes corporaciones, hecho que les hace menos resistentes ante las crisis y es en demasiadas ocasiones sinónimo de mortalidad empresarial.

La solución para las tecnológicas de nuevo cuño parece ser que es el acceso a recursos de forma más fácil dentro del contexto europeo. Porque el reto no es solo de España, si se quiere frenar la sangría de grupos que se van a EEUU o Asia en búsqueda de recursos, se debe superar un panorama inversor anquilosado en toda Europa. Para evitar la pérdida de talento hacia territorios más engrasados en lo que se refiere a inyectar muchos recursos en empresas innovadoras se deben tomar riesgos de verdad. No limitarse a repartir pequeñas cantidades en muchas firmas como ocurre en el modelo instaurado en el Viejo Continente, más conservador.

Bruselas calcula que en este escenario no se toparán con las dificultades que persisten en otros ámbitos de actividad al fomentar que los privados ganen músculo. Los casos de éxito en las fusiones entre grupos con actividades complementarias son anecdóticos, aunque sería la fórmula más lógica para crecer y ser más competitivo. Las idiosincrasias internas no se superan y en demasiados casos pesa otra casuística, el que hay demasiadas familias que viven de la mercantil en cuestión y quieren tener voz y voto en la toma de decisiones y, lo más importante, en el reparto de sillas.

Buscar a un gestor externo al núcleo familiar tampoco es sinónimo de éxito asegurado. Esta fue la alternativa de las tres familias que se repartían la propiedad de Caprabo cuando la gestión corporativa se volvió insostenible, por ejemplo, y el resultado fue malo. No para sus finanzas personales, ya que los accionistas vendieron los supermercados en el mejor momento y consiguieron el último gran pelotazo empresarial antes de que estallara una crisis de la que aún no nos hemos repuesto, la que siguió a la caída de Lehman Brothers. Muy pocos han conseguido algo parecido después de 2008. Los nombres propios en Cataluña se limitan casi al de Manuel Lao (Cirsa) y la familia Miquel (Miquel Alimentació), cuyas nuevas generaciones han dado forma a Glovo.

Cómo sobrevivir en un mundo cambiante en el que nos esperan a la vuelta de la esquina aún más cambios tecnológicos con la eclosión de la Inteligencia Artificial es un reto global. Ni siquiera la empresa de reparto que fundaron Oscar Pierre Miquel y Sacha Michaud tiene el futuro asegurado, a pesar de que es uno de los pocos unicornios que se han dado en España y su popularidad entre los consumidores va en aumento. Más allá de su controvertido modelo laboral, no se llega al punto de equilibrio en las cuentas ni que se acepte que los repartidores son externos y se les paga lo mínimo posible en la ecuación.   

Al final, ¿qué tiene valor en la firma? ¿El reparto de productos o los datos de los miles de millones de usuarios que controla? Como consumidores, usuarios y ciudadanos tenemos muchos deberes pendientes en cómo gestionamos esta información. Delegar esta responsabilidad al 100% a los gobiernos para que desarrollen normas al respecto debería preocuparnos sobremanera. Y es que se legisla sobre quién controla tu intimidad y, en el fondo, qué fin mercantil se le da.

Una mayor concienciación personal y articular más demandas en este sentido debería ser una inquietud global. Luchar contra los avances tecnológicos es inútil e implica renunciar a las mejoras de calidad de vida que comportan en su faceta más positiva. Seguir como simples estetas y batallar por quién cuelga la mejor fotografía en Instagram solo nos deja un futuro peor.