Por legado familiar, de Antoni Comín, diputado de Junts pel Sí (rama ERC) y consejero de Salud de la Generalitat, se esperaba que actuara con mayor prudencia. También por la responsabilidad que ejerce como político, que no es lo mismo la sanidad que la cultura, puestos a comparar. El dirigente debiera saber que la política es mucho más que el arte de la retórica; incluso que, por ejemplo, la transacción y el diálogo forman parte intrínseca de ella.

Comín es un desastre como gestor. Está poniendo en un serio riesgo a todo un sector crucial del Estado del bienestar. No es una manía ni lo decimos sólo los periodistas críticos, hasta sus propios compañeros de partido han empezado a llamarle la atención. La sanidad catalana, antaño envidia del resto de España, hoy es una caricatura de lo que fue. Un modelo público-privado que funcionó con total corrección está ahora siendo desmontado para crear un modelo de buenismo nosesabequé, patente del propio consejero.

Hasta tal punto están en riesgo algunas certezas del pasado, que sus propios compañeros de formación han decidido ponerse enfrente. Les recomiendo que sigan con atención las informaciones de Ignasi Jorro, quien desde hace meses se ha convertido en el periodista catalán que más sabe de lo que acontece y que mejor cuenta los devaneos de la sanidad y las barbaridades de Comín. La última de las meteduras de pata del ínclito ha nacido en un reclinatorio que la televisión pública catalana ofrece de forma regular a los miembros del Gobierno catalán. Van allí, se hacen propaganda, y los más listos incluso consiguen mejorar su imagen. Está claro que no es el caso de Comín, que se pasea por TV3 y no se le ocurre otra cosa que arremeter contra una compañera de grupo parlamentario que dice lo que ya empieza a ser voz pópuli: quizá su actuación contente a alguna izquierda, pero el consejero ha puesto de los nervios a los pacientes.

Amante de las tertulias, debe pensar que el ejercicio de la gestión pública y de la política sanitaria son una práctica similar al bla, bla, bla

La diputada que osó señalar esa situación ha sido duramente reprendida por el responsable de la salud pública. Le ha dicho que debería dejar su cargo público si está en desacuerdo con su formulación de la política sanitaria. Y no es la única, porque resulta que la alcaldesa de Sant Cugat, Mercè Conesa, también convergente, duró escasos seis minutos en una reunión con él después de que discreparan de forma abierta.

Comín, amante de las tertulias, debe pensar que el ejercicio de la gestión pública y de la política sanitaria son una práctica similar al bla, bla, bla: con saber un poco de todo es suficiente y si levantas más la voz que el adversario aparenta que ganas la confrontación dialéctica. De hecho, en el ámbito sanitario ya le han apodado como el consejero histriónico.