El poco edificante episodio de las intimidaciones del diputado de Junts Francesc de Dalmases a una periodista del programa FAQS de TV3 ha terminado, a la espera de su comparecencia en el Parlament, con su expulsión de los círculos profesionales más independentistas. Falta que el electo dé explicaciones en la comisión parlamentaria correspondiente de la que, por cierto, Dalmases forma parte. 

Mucho se ha escrito estos días sobre el agarrón del brazo a una profesional y las palabras que dirigió el representante público a la reportera en una salita en la que también estaba la ya expresidenta del Parlament Laura Borràs. De las relaciones entre diputados, concejales, jefes de gabinete y de prensa y los profesionales de la información. Ahondar en ello es redundante. 

Bajo mi punto de vista, el caso Dalmases, que es una subtrama del caso Laura Borràs, conviene recordarlo, sigue aquella hebra que la altiva --según su pintora-- Marta Ferrusola enhebró al ver al expresident Pasqual Maragall en el Pati dels Tarongers. "Es com si ens haguessin entrat a casa", dijo. Como si alguien hubiere profanado el Palau de la Generalitat, hasta el momento sancta santorum de una parte de Cataluña que, para más señas, era nacionalista y nada progresista. 

Dalmases no solo agarra el brazo de una compañera, sino también aquella metáfora, y la traslada a la Cataluña del nuevo siglo. Una parte del Parlament sigue considerando las instituciones autonómicas de todos como su casa, por bien que son las de todos los ciudadanos, sea cual sea su género, origen, creencia, lengua o condición. 

Coger de la muñeca a una periodista no solo rezuma un machismo hediondo, sino que pone negro sobre blanco lo que aquel diputado cree de la casa autonómica. "Esta es mi casa y aquí mando yo". Porque hubo intimidaciones, como ha reconocido el propio director de TV3 y, tras algunos remilgos, el director del programa. Las evidencias de mala conducta son abrumadoras, y el personaje sigue tratando de capear el temporal. 

Quizá porque como Ferrusola, existe cierta derecha catalana a quien la masa o la turba incomoda. El populacho no gusta por vulgar, y la intromisión de éste o personas que le representan o sirven en las instituciones comunes --TV3, guste más o menos, lo es, por su condición de televisión pública, como TVE-- escama. 

A Dalmases le entraron en casa y tuvo a bien recordárselo a la osada reportera. Lo hizo con el natural clasismo que vierte una parte de lo que en su momento se denominó el govern dels millors. Ejecutivo que a la postre ha dejado un rastro de indicios de presunta corrupción que, claro está, se deberán probar. Pero que por lo pronto arroja dudas sobre aquello de los mejores

A Ferrusola le violentaron la morada, Dalmases quiso poner en su lugar a una periodista, y otras prominentes figuras de la derecha catalana irrumpían en hoteles sin esperar a ser atendidos y compraban ésta o aquella empresa familiar a grito pelado y con más o menos malas formas. Para después dejar una gestión mejorable. 

Todo ello tiene algo en común: la frustración. De una parte de la sociedad que antes mandaba, y mucho, y ahora ve un territorio mestizo, complejo, plural, con al menos dos lenguas mayoritarias y muchas más habladas en la calle. Y que ya no encaja con aquellos que lo veían como su rancho. Por eso ven la alternancia política como un robo, o cogen del brazo a una profesional. Cataluña ya no es suya, y no lo pueden aceptar. Hagan el duelo.