McDonald's concluirá hoy su Worldwide Convention de Barcelona, que ha atraído a unos 14.000 directivos a la capital catalana, con dos perspectivas. La positiva: el tan esperado congreso ha significado maná para los hoteles y restaurantes de lujo, que han sabido sacar rédito de tamaña ocasión corporativa. Incluso la Sala Bagdad de Ciutat Vella se ha beneficiado de un extra de facturación tras semanas de atonía. 

Y la negativa: la multinacional ha sido incapaz de interlocutar con el tejido económico y político local. Ha venido, ha pasado y se ha marchado, à la romana. Ni una reunión con el empresariado de la ciudad, ni un acto conjunto con las capas administrativas de la gran Barcelona. De hecho, el primer día de Convención, el Govern había programado un acto por la alimentación sostenible en el Palau de Pedralbes. Desliz de agenda. 

McDonald's ha demostrado ser turismo de calidad, segmento MICE, como le llaman los expertos, pero ha dejado deberes por hacer. Mirar de tú a tú a los gestores económicos y políticos de la urbe, y no por encima del hombro, sería uno de ellos. De hecho, la multinacional de Chicago ha tenido tan poca de sensibilidad que ha montado un concierto privado en el Palau Sant Jordi con uno de los noes del turismo catalán: la barra libre, obsesión fóbica de los rectores de la salud pública a finales de los 2000. 

McDonald's llevaba meses preparando el primer encuentro en Barcelona, y lo concluirá con nota. Pero ni el evento ni la ciudad se han mirado: han coexistido como extraños. Qué diferencia, y qué abismal, con otros macroeventos nada despreciables como el Mobile World Congress (MWC) o la feria ISE. O la propia Copa América de vela. Que sí saben echar raíces, o lo han intentado, y han tratado de tener sensibilidad con quien les acoge. 

Y eso que Barcelona se había volcado, destinando seguridad y recursos al cónclave anual. Pero McDonald's quería transitar por su carril. De acuerdo. Un ejemplo: a principios de año hubo una protesta callejera del colectivo ecologista. Pues bien, la seguridad de la cotizada se enteró antes de la algarada que la arquitectura de prevención local, y les avisaron. El equipo global sabe mucho, sí, pero rechaza organizarse conjuntamente. Pasa como un vendaval, y se va. 

Algo que remite al pasado, porque todo vuelve. La Fundación Ronald McDonald's se estableció en Barcelona en el año 2002 tras llegar a España cinco años antes. El empresariado de entonces los agasajó, consciente de la importancia de esta entidad social para con los niños enfermos. Desempeña una labor titánica, y a nadie se le escapaba. 

Pues bien, en su proceso de expansión en la Ciudad Condal, un conocido hotel de lujo de la capital catalana preparó un ágape para los directivos de la Fundación. El evento fue un lujo, pero costó mucho esfuerzo. La empresa no dio ni las gracias, y ello se ha recordado estos días, cuando el conglomerado ha pasado por la segunda mayor ciudad española sin despeinarse ni saludar. 

Es una cuestión de formas, y McDonald's debería haberlas cuidado. Tendrá más ocasiones para pulir esa arista.