Con la exitosa manifestación de ayer en Barcelona en contra de la independencia se cierra un periodo político y nace otro. Acaba la etapa en la que el secesionismo intentó alcanzar la gloria, quizá con una actitud arrolladora, grandilocuente y prematura en exceso, y quienes estamos en contra intentábamos taponar esa vía. La masiva y multitudinaria concentración de catalanes contrarios al esperpento vivido en los últimos años fue ayer el corolario a un tiempo de enfrentamiento, fractura y división política y social que no guarda precedentes, salvo aquellos que concluyen en guerra civil y en absoluto desastre general.

Ahora arranca una campaña electoral y todo lo que veamos y conozcamos a partir de este momento debe ser analizado en esa clave. Lo que propongan los partidos, cómo se alineen entidades e instituciones de la sociedad civil, la movilización o no de capas de población habitualmente acomodaticias, el papel de los medios de comunicación públicos y privados, las resistencias interesadas de los que pierden el poder y el salario nos darán el tono y las claves de un tiempo en el que las urnas autonómicas decidirán si Cataluña sigue inmersa en un estéril y confrontador relato o se pone a trabajar para regenerar todo aquello que quedó averiado tras cinco años de pulso independentista.

No crean los nacionalistas catalanes que están más reforzados por esa virtual proclamación de la república. A sus huestes las tienen agotadas y el hastío es casi una constante en ese ámbito. Pobre agricultor de Alella que bajaba día sí día también con su tractor, a 40 kilómetros por hora, hasta Barcelona para celebrar la quimérica proclamación de una independencia imposible en la Europa del siglo XXI. Nadie se disculpará ante él, nadie le dirá que le ha mentido. Deberán seguir mintiendo para que los suyos crean que las decisiones que tomen a partir de ahora son coherentes con los discursos utilizados en los últimos meses. Lo que era óptimo para exaltar los ánimos no puede seguir siendo igual de válido para calmar las voluntades y excitar el voto autonómico.

Muchos bienintencionados catalanes creían defender una causa justa con valores de libertad y democracia. Nadie les ha explicado que les mentían y que les utilizaban para una operación de castas ansiosas de poder y de dinero

Los independentistas arrastrados por sus líderes merecen un gesto de generosidad. No quieren ser acusados de tontos útiles porque su honrilla y dignidad se ve resentida, pero sus dirigentes tampoco harán acto de contrición para explicarles que jugaban una partida de ruleta a doble o nada y que perdieron hasta la camiseta que llevaban puesta. Muchos bienintencionados catalanes, algunos de ellos muy jóvenes, creían defender una causa justa con valores de libertad y democracia. Nadie les ha explicado, casi ni sus contrarios, que les mentían y que les utilizaban para una operación de castas ansiosas de poder y de dinero. Casi nadie de las élites que defendían la independencia eran ajenos al dinero público de la Generalitat y, en buena parte, sus agradecidos estómagos se sentían legitimados a retorcer la verdad para mantener sus confortables estatus.

Seamos generosos como colectivo, incluso a pesar de las constantes afrentas recibidas. Cataluña ha llegado a un punto de ebullición en el que los debates se han producido no por interés estratégico sino por dinámica de pura confrontación. Así, por ejemplo, sucedió con el boicot que Oriol Junqueras realizó al acuerdo que había intermediado el lehendakari Íñigo Urkullu que hubiera permitido el pasado jueves disolver el Parlament, convocar elecciones autonómicas y evitar la aprobación del artículo 155. Pero lo cierto es que las vías de exaltación han acabado triunfando y todos hemos podido opinar y tomar posiciones sobre lo acontecido. No es el momento de pasar facturas. Sería una auténtica barbaridad. La justicia es un poder independiente que se encargará de los excesos, y la política debe centrarse en recuperar el país, la trama de afectos con España y con la Unión Europea, además de facilitar la convivencia dentro del propio territorio.

Hoy hay menos independentistas que ayer, pero más que mañana. La sensatez se va imponiendo y lo que viene es un tiempo en el que Cataluña liderará, una vez más, al conjunto de España en lo que concierne a su modernización y actualización como país. Las vanguardias catalanas, aunque sean burguesas, conservadoras e interesadas, han vuelto a darle un sopapo a las costuras más inmovilistas de España. No es un razonamiento supremacista, como los que usa el nacionalismo para autohalagarse, pero nada puede entenderse en la piel de toro sin que Cataluña lo lidere o lo promueva. Es una constatación factual e histórica. La reforma constitucional, el fin de la corrupción, la modernización como país, todo ello, tendrá mucho que ver con la solución y pacificación del conflicto catalán.

La campaña comienza hoy y Cataluña abre una puerta a la esperanza, en el seno de una España actualizada y de una Unión Europea necesitada de una refundación humanística, tributaria y social

El 21D, Cataluña elegirá a un nuevo gobierno para sus instituciones y ojalá se logre un paréntesis en la línea vivida de conflictividad de los últimos años. Hay demasiados fuegos que apagar, mucho despropósito que reordenar, excesiva economía que recomponer, demasiada mentira que aclarar y mucha manipulación que destejer. Regresa, no obstante, una oportunidad histórica para que las emociones se atemperen y la vida regrese a los estándares europeos o, si se prefiere, a las escandinavas referencias que siempre nos han entusiasmado.

Para ello hay que votar. De forma masiva y contundente, pragmática y posibilista. La campaña comienza hoy y Cataluña abre una puerta a la esperanza, en el seno de una España actualizada y de una Unión Europea necesitada de una refundación humanística, tributaria y social. Aprendamos de la experiencia.