Sant Jordi es la festividad más bonita de las que existen. Lo tiene todo. Belleza, amor y cultura. Y se puede celebrar en solitario, en pareja, en familia y con amigos. Además, está tan arraigada y es tan plural que incluso ha sobrevivido al nacionalismo excluyente (pleonasmo) que ha ido esteladizando tantas tradiciones catalanas. Esta sí es, por lo tanto, la fiesta de todos los catalanes. Y de los que viajan a Cataluña para vivir esa jornada.

Sin embargo, hay quien pretende envolver Sant Jordi con la bandera, y ese sector sectario lo encabeza el mismo presidente de la Generalitat, Pere Aragonès i Garcia. Ni corto ni perezoso, ha manifestado que este domingo debe reflejar la pluralidad y la diversidad de la sociedad de Cataluña “y todo aquello que cohesiona y empodera, como la lengua catalana. Se ve que el castellano ni cohesiona ni empodera ni tampoco se habla ni se lee el 23 de abril. No pierde oportunidad para meter la cuña lingüística.

Ha añadido que el catalán debe tener un cometido “troncal” para esa cohesión social, para terminar con que “nadie ha de renunciar a usar la lengua propia de Cataluña” –a ver si se confirma eso de que una mentira repetida mil veces se convierte en realidad–. Hubiera quedado mejor reconociendo que con la imposición lingüística actual están dividiendo más que cohesionando, que se está aborreciendo la llengua, a pesar de que cuenta con más hablantes que nunca en la historia, por muy mal que planteara el panorama.

Por lo tanto, si lo que pretende el independentismo es apropiarse ahora de Sant Jordi con la historia del catalán –pues el asunto de la lengua es lo único que le queda, y no es poco, dado que es el eje del nacionalismo–, lo que va a hacer es convertir el caballero en dragón; morirá. Morirá como está muriendo el 11 de septiembre de tan politizado que está. Solo acuden a él los fanáticos. No lo haga, president, y destine esfuerzos y recursos a lo que de verdad importa, porque parece que el Govern anda despistado.

¿De verdad debe la Generalitat pronunciarse contra el Real Madrid en la batalla que mantienen los blancos y el Barça sobre cuál de los dos era más franquista o querido por el dictador? Hay mucho escrito y mucho hablado al respecto. Y lo factual es que el régimen, como otros del siglo XX, usó el fútbol para hacer propaganda y como método de entretenimiento. ¡Qué bien le fueron las Copas de Europa merengues para su propósito! ¡Qué ojo tuvo ayudando al Barcelona a fichar a Kubala! Por cierto, no hay que olvidar que tanto Kubala como Di Stéfano fueron protagonistas de películas propagandísticas. Algo me dice que el Govern chapotea en ese barro para que no se hable de otras cosas, como la posible implicación de ERC en la creación del Tsunami Democràtic.

Y esas otras cosas son, por ejemplo, la grave sequía que afecta a Cataluña –no parece que tenga mucha prisa en buscar soluciones–, el elevado coste de vida y la deficiente política de comunicación de Mossos d’Esquadra, tanto de puertas para afuera (con los medios) como, más grave todavía, de puertas para adentro, con el resto de cuerpos policiales de la comunidad –lo que permitió que el pistolero de Canovelles cruzara la autonomía de arriba abajo y se plantara en Murcia sin que nadie le diese el alto–. President, no se desvíe. El catalán goza de una salud de hierro y hoy por hoy debería ser la última de sus prioridades, no la primera de ellas.