La primera reacción de Pablo Iglesias cuando se enteró de que Pedro Sánchez anunciaba en La Sexta el pacto alcanzado con ERC para modificar el delito de sedición en el Código Penal fue retuitear un mensaje de alguien que afeaba al presidente haber concedido una entrevista a Antonio García Ferreras.
Por raro que parezca, su respuesta es coherente con la actitud que mantiene desde hace semanas y con la política que impone en un partido en el que, en teoría, ya no manda. El corto plazo, el personalismo y la subjetividad. Todo ello en torno a su gran descubrimiento: de la misma forma que cuando se estrenó como diputado creyó que nacía la democracia, ahora explica al mundo que en los medios hay tantos embusteros y tramposos como en cualquier otra actividad humana.
Iglesias no se quejaba cuando la cadena de televisión de Atresmedia lo utilizaba para restar apoyo electoral al PSOE sacándole en sus programas día sí y día también. Pero ahora todo son lamentos y ataques personales. Cuando este grupo mediático, a la vista de que con su anterior estrategia había ayudado a que los socialistas pudieran gobernar gracias precisamente a Podemos, ha cambiado para ponerles en la picota e impedir así que Sánchez pueda volver a sumar, glesias enfoca toda su artillería contra la cadena.
La Sexta actúa de la misma forma desde hace tiempo, lo que consiste básicamente en ampliar su audiencia y su capacidad de influir en los ciudadanos, más o menos como todos los grandes medios privados. En eso no ha cambiado, hace algo parecido a cuando llevaba a Iglesias en bandeja, aunque en sentido contrario.
Lo único sorprendente es la ingenuidad del líder de Podemos, que en esta ocasión ha hecho como quienes miran el dedo (La Sexta) que señala la luna (la modificación del Código Penal). Solo sus seguidores más fieles, los trolls y bots del espacio podemita, se han puesto a rebufo de la orientación cainita y victimista que el personaje ha tomado desde hace unas semanas.
De golpe, Yolanda Díaz se ha convertido en una enemiga a la que conmina antes de que cometa algún tipo de traición mentándole la trayectoria política de su padre, viejo militante comunista gallego. Un gesto de mal gusto, casi tanto como cuando Cayetana Álvarez de Toledo se acordó en el Congreso de la militancia política del progenitor de Pablo Iglesias.
Ahora resulta que la vicepresidenta está obligada a concurrir a las elecciones municipales y autonómicas de 2023, y además tiene que hacerlo como un partido; de plataforma, nada. Sumar ya no será lo que había planificado y anunciado su impulsora, tiene que ser una organización como Podemos, pero con respeto, que ya lo ha dicho el CIS: cuando la gente se refiere a la izquierda del PSOE, el 48% lo hace pensando en los morados y apenas el 17% en ella. Que quede claro, como el mismo Iglesias le ha recordado en Twitter.
Está lanzado. Ha llamado estúpida a su compañera con la misma claridad con que califica de progresía mediática a sus antiguos amigos periodistas que de pronto se han atrevido a opinar sobre la neutralidad de Podemos frente a la política rusa en Ucrania. Haciendo de opinador en la SER, RAC1, Público (La base), entre otros lugares, se dedica a descalificar a ciertos periodistas que no opinan como él, incluso a dictar cómo deberían titular algunos diarios las informaciones referidas a Podemos y a su persona. No parece que la tolerencia sea su fuerte.
De seguir así, Iglesias conseguirá cargarse el proyecto de Yolanda Díaz por más que esta se empeñe en no seguirle la corriente. De momento, quienes colaboran con ella en la elaboración de las distintas políticas de Sumar –en Cataluña, Quim Brugué, Dolors Comas, Jaume Pallerols, el mismo Xavier Domènech-- guardan idéntico y prudente silencio. Pero es difícil mantener esa postura frente a la creciente agresividad del líder máximo.