En Cataluña no hay Govern y en Madrid van a elecciones anticipadas. La política se desmorona en general. Tampoco hay vacunas, ni perspectivas de mejora del Covid-19, ya sean sanitarias o económicas. Pau Gasol vuelve al Barça y Fernando Alonso, a la F1. Pero en España solo se habla de la entrevista a Rocío Carrasco.

Algo está cambiando en los medios de comunicación en general y en sus espacios de entretenimiento en particular. La palabra suicidio era un tema tabú años atrás, por la extraña creencia de que hablar de ello podía incitar a más personas a quitarse la vida. Hoy, periódicos e informativos lo tratan como un asunto más, con la sensibilidad que merece. 

Por otra parte, figuras públicas como Andrés Iniesta hablan abiertamente de la depresión, y programas de éxito como El Hormiguero dedican un espacio en prime time a comentar la importancia de la salud mental, especialmente dañada por la pandemia. Son cuestiones que siempre han estado en la sociedad, pero que se ocultaban o no se les prestaba la atención necesaria. Y lo mismo ocurre con los problemas de Rociíto.

Rocío Carrasco lleva sufriendo en silencio más de dos décadas. En la primera parte de la entrevista en Mediaset también habló abiertamente de su depresión, de su intento de quitarse la vida, y de los malos tratos que, según ella, lleva recibiendo de Antonio David y su hija, Rocío, desde hace años. En especial, psicológicos. Esas lágrimas, esos jadeos, parecían muy de verdad, parte del proceso de cierta liberación de un tormento vivido.

Hasta aquí, poco que decir. Es necesario y positivo que las televisiones aborden estos temas. Más vale tarde que nunca. Pero no olvidemos que los programas del corazón llevan años dando voz solo a una de las partes de esta historia, y contribuyendo a hundir a Carrasco (influyendo además en la opinión pública) y a magnificar su sufrimiento. Son responsables los empresarios y los tertulianos chismosos que han participado en ello. Los mismos que han sentenciado ahora a Antonio David y lo califican sin tapujos de maltratador. Cambian su discurso y siguen llenándose los bolsillos con la misma historia. No, eso no vale.

Sin embargo, esperemos que esto sea el inicio de un cambio real de ciertos contenidos de los medios de comunicación y entretenimiento, en especial en las televisiones, en Youtube, en Twitch o adondequiera que nos lleven las tecnologías. Ojalá estas plataformas sean más útiles para la próxima pandemia, con contenidos pedagógicos constantes, porque, a estas alturas, todavía hay gente que usa mal las mascarillas, que se las baja para estornudar, que se salta las restricciones y realiza reuniones masivas sin precauciones. Y a la cuarta ola.

Aún diría más. No solo es que una parte de la población va a su aire; es que las autoridades hacen cosas raras desde el primer día. La última pasa por prohibir la movilidad dentro de España, pero permitir la llegada de turistas. Son las mismas autoridades que negaban la posibilidad de que el coronavirus llegase a España hace poco más de un año, aunque tenían datos e indicios que les decían lo contrario. Y las mismas que permitieron una cierta apertura en Navidad, por eso de la salud mental de los ciudadanos… 

Dos apuntes más sobre la pandemia que llaman la atención en el ámbito catalán. El primero es la sanción a 59 personas (de distintas burbujas de convivencia) que viajaban juntas en el mismo autocar para ir a esquiar. ¿Acaso se prohíbe el uso del metro o del autobús para ir a trabajar? ¡Al contrario! Todo sin sentido. El segundo es el caos con las vacunas. No hay dosis, pero la Generalitat ha habilitado ya una web para que los ciudadanos pidan hora, aunque es preferible que esperen a recibir el aviso vía llamada o SMS, porque se prioriza a las personas en función de distintas variables. ¿Resultado? Agendas llenas, con miles de catalanes apuntados para la inyección aunque no les toque. Qué fácil es criticar a las infantas y a los políticos que se han colado en las listas, ¿verdad? Saldremos mejores de esta crisis, decían…