La crisis de Gobierno proporcionó tres sorpresas por encima de cualquier otra novedad. La primera fue la salida del todopoderoso Iván Redondo de la jefatura del gabinete de Pedro Sánchez, sobre la que difieren las versiones de las partes en el sentido de si fue a petición propia o por decisión del presidente del Gobierno. La primera versión se apoya en un mensaje de despedida de Redondo en el que reivindicaba el derecho a “parar”, pero parece más creíble el hecho de que el asesor áulico pidiera un ministerio, que no le fue concedido, y eso derivó en su salida.  

La segunda sorpresa fue la caída de José Luis Ábalos como ministro de Transportes y su dimisión simultánea de la secretaría de Organización del PSOE. También aquí hay versiones enfrentadas. Desde el entorno del ya exministro se ha deslizado que su salida fue voluntaria, pero la soledad en la ceremonia del traspaso de poderes a su sucesora, la exalcaldesa de Gavà Raquel Sánchez, y la ausencia de cualquier mención del saliente a Pedro Sánchez parecen indicar que su abandono del Gobierno y de la cúpula del partido ha sido forzado.

La tercera sorpresa fue el relevo de Miquel Iceta al frente del Ministerio de Política Territorial con tan solo seis meses en un cargo que parecía estar diseñado expresamente para él: era el ministerio de la mesa de diálogo con el Govern de la Generalitat, una cartera que encajaba perfectamente en la vocación federalista de su titular y de lo que tiene que ser la evolución del Estado si el PSOE se cree realmente la Declaración de Granada de 2013, algo que está por ver, y era una oportunidad para que desde ese ministerio se tomara en serio de una vez la política territorial, uno de los más graves problemas sin resolver que afronta España.

Por eso, no puede extrañar que Iceta se tomara a mal el cambio de ministerio. Lo dijo expresamente en el traspaso de poderes a su sucesora, Isabel Rodríguez. “Siento dejar este ministerio y lo quiero decir así de claro”, afirmó el primer secretario del PSC. Rodríguez, exalcaldesa de Puertollano, en Castilla-La Mancha, el feudo de Emiliano García Page, quizá el barón socialista más centralista, no mencionó a Cataluña en su toma de posesión. Aunque se confiesa federalista, es evidente que el federalismo del PSOE castellano-manchego no tiene mucho que ver con el que se defiende desde el PSC.

Sin descuidar el conflicto catalán, Rodríguez quiere poner el foco en otros problemas estructurales del resto del país, con especial atención a la  España vacía, por ejemplo. En su primera intervención como ministra portavoz del Gobierno, cargo que también ocupa, ya no se olvidó de Cataluña --“por supuesto, es una pieza clave en el desarrollo territorial de nuestro país”, dijo--, intentó trasladar mensajes positivos y no se pronunció sobre las cuestiones discutidas, como si el Gobierno va a recurrir el decreto de la Generalitat que crea un fondo para avalar a los 34 ex altos cargos a los que reclama fianzas el Tribunal de Cuentas.

En las quinielas previas al cambio de Gobierno, llegó a aventurarse que Iceta podría ser el portavoz, lo que hubiera convertido el tema de Cataluña en presencia constante en las conferencias de prensa. Es evidente que, con la elección de Rodríguez, Sánchez ha intentado evitar eso, pero no es nada seguro que Cataluña vaya a ser desplazada del primer plano de la actualidad política, como se afirma que pretende el presidente del Gobierno.

Desde la Moncloa se quiere concentrar la cuestión catalana en temas como la mejora del autogobierno, las transferencias pendientes, las inversiones en infraestructuras o la retirada de recursos ante el Tribunal Constitucional, asuntos propios de la Comisión Bilateral Estado-Generalitat, prevista en principio para este mes, pero que puede ser aplazada a septiembre. En el PSC se admite esta visión de Sánchez y el nombramiento de la exalcaldesa de Gavà en Transportes, que deberá ocuparse del dosier de la ampliación del aeropuerto de El Prat, va en esta dirección.

Al mismo tiempo, Salvador Illa se consolida como el principal referente del presidente del Gobierno en la cuestión catalana, favorecido por el desplazamiento de Iceta a Cultura, cartera de la que ya ha empezado a ocuparse con plena dedicación, aunque sus opiniones también serán tenidas en cuenta en el diálogo político sobre Cataluña. Iceta expresó en su toma de posesión que una de sus preocupaciones será “el carácter plurilingüe de la cultura española” y en este sentido defendió el “federalismo cultural”.

En relación con el nuevo foco sobre Cataluña, más práctico y menos político, una cosa son los deseos y otra las realidades. Cataluña sigue siendo el principal problema político de España y, cuando en septiembre empiecen las reuniones de la mesa de diálogo, volverá a centrar la actividad política. Será inevitable porque los independentistas acudirán a la mesa con su programa de máximos –autodeterminación y amnistía—, que al Gobierno no le quedará más remedio que rechazar. Y la noria seguirá girando.