Cuando a finales de agosto Pedro Sánchez anunció que se proponía celebrar dos consejos de ministros fuera de Madrid, uno en Sevilla y otro en Barcelona, creyó haber dado con un buen mensaje que, además, podía serle útil electoralmente. La idea de que su Gobierno disponía de un proyecto para cada uno de los pueblos de España, aprobando medidas de especial calado en ambos territorios. Sin embargo, el consejo celebrado en Sevilla el pasado 26 de octubre (centrado en el reparto de ayudas sociales para acoger a los MENA y hacer frente a las recientes inundaciones, sobre todo en Málaga) no obró ningún milagro en las urnas porque fue un hecho aislado, desconectado de la campaña electoral andaluza. En realidad, las causas del hundimiento socialista son inversamente proporcionales a la movilización del voto de derechas en clave de política nacional, y a la abstención del elector de izquierdas, al que Susana Díaz solo apeló desde una lógica autonómica, minusvalorando su propio desgaste político. El encuentro en Sevilla era una buena idea si la estrategia hubiera tenido continuidad. Pero Díaz quiso repetir el esquema de la campaña de 2015, olvidándose de que Mariano Rajoy ya no estaba en la Moncloa e ignorando la onda expansiva de lo sucedido en Cataluña.

A diferencia del consejo de ministros en Sevilla, inocuo en el fondo para el Gobierno, la cita en Barcelona se ha convertido en una apuesta de alto riesgo porque nace del voluntarismo político de Sánchez. El presidente del Gobierno pretendía que el encuentro en la capital catalana sirviera para afianzar el diálogo con el Govern y abriese el camino para la aprobación de los presupuestos generales con el apoyo de ERC y PDeCat. Cuando a principios de noviembre puso fecha a ese segundo consejo de ministros fuera de Madrid era ya evidente que se trataba de un deseo fallido. Desde entonces los partidos separatistas, envueltos en mil contradicciones internas, no han hecho más que incrementar el tono de su desafío sobre todo por parte del president de la Generalitat, Quim Torra, cuyo ridículo impertérrito muestra que estamos ante alguien enormemente peligroso. Su apuesta retórica por la vía eslovena y los sucesos del pasado fin de semana en relación al papel de los Mossos, no han hecho más que subrayar que el diálogo no tiene ningún recorrido. Peor aún, Torra querría que la policía autonómica se mostrara pasiva ante las actuaciones contra las libertades, la seguridad y el orden de los CDR, CUP y otros grupos totalitarios. Si la reunión en Barcelona prevista para el 21 de diciembre se enmarcaba en su diseño inicial en un escenario de distensión, eso ha saltado por los aires, aunque el Gobierno español se resista admitirlo con todas las consecuencias.

Sorprende que Sánchez siga todavía pretendiendo reunirse con Torra, cuando tanto este como la portavoz del Govern, Elsa Artadi, han declarado que la celebración en Barcelona de un consejo de ministros es literalmente una “provocación” y animando con ello a la protesta. Es muy grave que el Gobierno español tenga que desplazar 400 efectivos antidisturbios para garantizar su seguridad ante la evidencia de que los Mossos pueden mostrarse pasivos. Ante un escenario así lo lógico sería no repetir los errores del 1-O, asumiendo el control de la policía autonómica desde el Ministerio del Interior, en lugar de traerse a otros cuerpos armados. Es evidente que eso sería contestado por los independentistas y rompería definitivamente la baraja con ERC y PDeCat. El problema es que una intervención sobre los Mossos que no fuera temporal solo tendría sentido si se actuase de forma integral sobre el conjunto de la Generalitat por la vía del artículo 155. Y esto último solo sería viable si existiera un clima de confianza entre los partidos constitucionalistas (PP, PSOE y Cs), porque esta vez la intervención sobre el autogobierno tendría que extenderse bastante tiempo. Pero Sánchez no está dispuesto a cruzar ninguna línea que lo conduzca de cabeza a ese escenario ni que lo lleve a romper con los que le apoyaron en la moción de censura.

El líder socialista intentará salir políticamente ileso de la cita en Barcelona, aunque los grupos radicales no se lo pondrán fácil y los antidisturbios pueden tener que actuar con contundencia. De ahí las dudas expresas ayer por el ministro de Fomento y secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos. Ahora bien, según cómo actúen los Mossos ese día, el Gobierno no tendrá más remedio que intervenirlos para evitar quedar políticamente desautorizado. Sánchez se la juega en Barcelona porque en esa cita ya no tiene nada que ganar. No podrá aprobar los presupuestos en medio del juicio por el 1-0 y, encima, tiene como interlocutor en la Generalitat a un personaje patético y fanático, Torra, que como ha declarado la ministra de Defensa, Margarita Robles, “no está legitimado para ninguna función pública”.