En una situación óptima, uno escoge entre lo bueno y lo mejor, de ahí el dicho “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Y en una situación no óptima, por no decir complicada o adversa, hay que escoger lo menos malo. Es cierto que el Rey emérito no ha tenido una conducta digamos que ejemplar, pero nada se puede decir en contra del actual Rey de España, Felipe VI, pues es la ejemplaridad e integridad personificada. En cambio, me resulta imposible asociar dichos adjetivos al presidente Pedro Sánchez, y no por el hecho de que no sea votante del PSOE, pues considero que es un partido político muy importante, en número de votantes y con algunos miembros muy válidos. Pero de Pedro Sánchez no sólo no me gusta en absoluto el fondo, sino tampoco las formas.

Es de todos conocida su codicia --que no ambición-- y que resurgió de sus cenizas hasta alcanzar la presidencia del Gobierno de España, lo cual tiene un mérito innegable, pero lo que no es aceptable es tirar recurrentemente del principio “el fin justifica los medios”. Y no me refiero a una conducta aparentemente bipolar por manifestar unas cosas y hacer lo contrario, pues si tiramos de hemeroteca es irrefutable que es o un mentiroso compulsivo o un necio palmario. Me refiero a gestos como lamentar la muerte de un etarra, que como ser humano que era es legítimo y considerado lamentar su fallecimiento, pero que sería el último ser humano cuya muerte lamentase por tener que lamentar antes la de todos los muertos que él y su banda criminal causaron, tanto de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado como de civiles. Me refiero a gestos como impedir que el rey Felipe VI viaje a Barcelona, so hipócrita pretexto de velar por su seguridad, para contentar a los independentistas catalanes, en el despacho de nuevos jueces; o permitir que a la recepción de credenciales de los nuevos embajadores en España no asista la ministra de Asuntos Exteriores en un nuevo desplante y una nueva muestra de desconsideración con su majestad el Rey.

Observo con enorme preocupación, por lo acelerado del movimiento y por la pasividad del pueblo español, una serie de pasos que está tomando el Gobierno de España para cambiar el orden constitucional y el Estado de derecho que tenemos para derivar hacia un totalitarismo de izquierdas como el de Venezuela, que siempre y sólo comporta pobreza para el pueblo y enriquecimiento desorbitado para quien lo gobierna. Está claro que el Gobierno tiene puesta la proa a tres instituciones, como son la Casa Real, el Poder Judicial y la Iglesia Católica por considerar que son indisociables de la “derecha”, como si ningún socialista fuese monárquico, creyese en la división de poderes, ni fuese a misa en su vida, pues ya sé que los podemitas tienen esas tres carencias.

Contra la Casa Real es por todos conocido que están arremetiendo y de forma recurrente. Respecto al Poder Judicial, la legítima y fundada negativa del PP a cambiar la composición del Consejo General del Poder Judicial de cualquier forma y a cualquier precio para que influya en él Unidas Podemos ha llevado al Gobierno de la nación a osar cambiar las reglas del juego, legislando para poder alterar los miembros que componen dicho ilustre organismo a su antojo, prescindiendo de este modo de la dependencia del PP. Y a la Iglesia Católica, la están sacudiendo de diversas formas, omitiendo la asignatura de religión del plan de educación, retirando subvenciones a colegios concertados religiosos y revisando sus privilegios fiscales e inmatriculaciones.

Si nada hacemos los españoles, vamos inexorablemente directos a una clara y terrible bolivarización de España. Una España donde los juzgados acaben inundados de expedientes de situaciones concursales porque millones, que no millares, de empresas españolas quiebren; una España donde un amañado poder judicial haga tándem con la impresentable Fiscal General del Estado --atendida su irrefutable parcialidad, como ha demostrado, entre tantas otras conductas, mandando archivar todas las querellas del Covid-19, subjetividad que hasta a Bruselas tiene alarmada--; una España donde se haya ninguneado, por no decir aparcado totalmente, a la Casa Real y a la Iglesia Católica; una España donde el Gobierno de la nación pueda delinquir descarada e impunemente por gobernarla un déspota en tándem con un coletas/moños y un grupo de proetarras e independentistas que odian este gran país tenemos.

Y me pregunto: ¿alguien realmente en su sano juicio quiere ese futuro para nuestro país? Yo creo que ni siquiera millones de votantes socialistas, por lo que apelo al coraje del pueblo español para evitarlo, porque limitándonos a observar cómo destruyen el Estado de derecho y lamentándonos por ello en conversaciones de café no paramos dicho peligrosísimo movimiento, que acabaría arruinándonos a la cuasi totalidad del pueblo español, pues habría un reducido elenco de privilegiados, los que gobiernen, que se enriquecerían a niveles obscenos a costa de todos los demás.

Espero que si se mantiene la pasividad del pueblo español intervenga la Unión Europea para impedirlo, pues nos jugamos muchísimo, por no decir todo: nuestro bienestar y el de nuestras familias, el porvenir de nuestras empresas y el orden constitucional del país en general.