Soy consciente de que la enorme desazón que provoca la actual situación política en España no invita en demasía a apelar a la ciudadanía a acudir masivamente a las urnas en las elecciones autonómicas de Cataluña el próximo 12 de mayo.

Hemos pasado de una lamentable corrupción generalizada al improperio y la desconsideración, así como a ver cómo se atraviesan líneas rojas sin pudor en una muy preocupante mutación de democracia a autocracia, poniendo en peligro las instituciones del Estado y el propio Estado de derecho a base de abonar individualismos, pero inasequibles al desaliento debemos armarnos de paciencia, fe y esperanza y seguir haciendo uso de ese único y último recurso que tenemos para deponer y elegir a quienes nos gobiernan.

Aunque hay quien piensa que a estas alturas la errática derrota –en términos náuticos– de Cataluña no tiene ya corrección posible (y razones no le faltan por lo mucho que nos hemos desviado de la ruta acertada durante tantos años), ya sea por aquello de que quien tuvo retuvo o porque solo desde una actitud constructiva y optimista se puede dar un giro de 180 grados a una situación, considero que debemos hacer todo lo posible por cambiar lo que no funciona y volver a ser esa admirada y envidiable Comunidad Autónoma que mayor aportación hacía al producto interior bruto español y que el resto de España visitaba asiduamente y en la que disfrutaba veraneando.

Lamentablemente, hoy los AVE –como medio de transporte más altamente utilizado en número de usuarios– que hacen el trayecto de Atocha a Sants no los llenan madrileños o españoles de otras Comunidades Autónomas que vienen a visitarnos, sino que mayoritariamente los llenamos los catalanes que volvemos a casa.

Pese a sus múltiples, bochornosos y reprochables errores –de todos conocidos– es innegable que la etapa de Pujol al frente del Gobierno de Cataluña trajo prosperidad y crecimiento, empezando la decadencia con los tripartitos y la escora a la izquierda y al independentismo. Desde la enorme pérdida de valores que denotaba la foto de Carod Rovira con una corona de espinas en Jerusalén, hasta un impresentable Joaquim Torra cortando carreteras y jaleando a radicales a alterar el orden público; pasando por el mayúsculo error de Artur Mas de tapar en lugar de corregir el posteriormente demostrado 3%, un Mas que iba de presidente business friendly con las empresas catalanas y cometió el error de la ilegal adjudicación de Aigües Ter-Llobregat a Acciona para luego echarse al monte y volverse independentista; o la tan osada como torpe declaración y suspensión de una república en cuestión de minutos que decidió Carles Puigdemont para luego huir por la puerta de atrás a otro país patéticamente escondido en un maletero; y qué decir de la miopía de visión económica de Pere Aragonès, negándose a asistir al 70 aniversario de la Seat tras anunciarse la creación de un consorcio público-privado entre Seat-Volkswagen e Iberdrola para crear la primera fábrica de baterías para vehículos eléctricos en España por el hecho de que acudía también su majestad el rey, Felipe VI, o dejando escapar el mayor centro de ciberseguridad de Google en Europa que acabó adjudicándose Málaga.

Como catalán estoy cansado de presidentes de la Generalitat manifiestamente incompetentes, que ni saben atraer grandes proyectos e inversiones –renunciar a convertir el aeropuerto de El Prat en un hub internacional ha sido otro craso error–, ni motivan a las empresas catalanas a prosperar –Cataluña sigue siendo una de las pocas (concretamente tres) Comunidades Autónomas, de las 17 que hay, que siguen manteniendo una alta presión fiscal en el impuesto sobre sucesiones– ni a volver a los millares de empresas que se han ido. Es inconcebible e inadmisible la pésima gestión que se ha hecho de la sequía, cuando tenemos la mayor desalinizadora de Europa, la de El Prat, y acabamos precisando de la solidaridad de otras regiones de España que nos envíen agua en buque, cuando luego mostramos nula solidaridad financiero-fiscal con comunidades menos prósperas.

No quiero más presidentes decadentes al frente de la Generalitat, que envueltos en la bandera apelen constantemente a votar (consulta, referéndum, etcétera) como cortina de humo para ocultar que no saben qué hacer en el cargo más que consolidar unos derechos de jubilación de platino. La prosperidad se logra desde la visión estratégica, nunca desde la improvisación; desde la concordia, nunca desde la discordia; y desde la determinación, nunca desde la desidia.

Anhelo una Cataluña con seny que retome firmemente la senda del crecimiento desde el acierto, pues Cataluña es muy capaz de alcanzar a la actualmente tan boyante Comunidad de Madrid, pero para ello los catalanes tenemos que aparcar sentimentalismos y ser sumamente pragmáticos y exigentes en la elección de quien lleva el buque, pues ahora mismo lo veo a la deriva –o cuando menos con mal rumbo– y, tras lustros perdidos, no podemos demorar la corrección y acertada elección del patrón que nos gobierna.