RAE: Concordia. Del latín Concordia. Omitiendo las acepciones 3 (relativo a instrumento jurídico) y 4 (sortija de dos anillos enlazados), las principales definiciones a tener en consideración son las siguientes:
1. f. Conformidad, unión.
2. f. Ajuste o convenio entre personas que contienden o litigan.
En ninguna de las dos acepciones incardinaría yo sinceramente la actitud del presidente de España y del president de la Generalitat de Catalunya.
Aunque en la vida todo es opinable, hay una seria de máximas que son irrefutables, como que “quien algo quiere, algo le cuesta”. Y aquí no se quiere otra cosa que seguir en el poder.
Luego hay otras cuestiones que, dicho sea de paso, son absolutamente lamentables y preocupantes. Hay que recordar a la “clase” política que un presidente del gobierno debe respetar la Ley; que lo que concluya el Tribunal Supremo no debe generarle absoluta indiferencia; que no debe anteponer jamás sus intereses personales (su afán de seguir en el cargo a cualquier precio) a los intereses generales del país que preside, etc.
Y a nivel autonómico, añadiría que el presidente de la Generalitat lo es de todos los catalanes, no solo de los independentistas, pues los catalanes no independentistas también existimos, pagamos nuestros impuestos y además de obligaciones también tenemos derechos; que la educación es lo último que se pierde, y que los repetidos desplantes a la corona --en la SEAT o en la cena del Hotel W del Círculo de Economía-- además de un acto pueril orientado a contentar a una minoría, como es la CUP, es una falta de respeto mayúscula. Es totalmente impropio del saber estar que se espera del máximo responsable de un pueblo, y denota una falta de empatía y de actitud dialogante --características que, por otra parte, siempre nos han definido a los catalanes-- que tiñen de enorme hipocresía las reiteradas reivindicaciones de esa “mesa de diálogo”, que en el fondo no es más que un mangoneo en petit comité.
Ni el presidente del gobierno busca la concordia entre el pueblo de Cataluña y el resto de España, ni el presidente Aragonès la anhela porque el resto de España --donde están icónicas empresas que se constituyeron y crecieron en Cataluña como Caixabank, Banco Sabadell, Abertis, Naturgy-- demostrando una nula y sumamente nociva para Cataluña visión de futuro, no le puede interesar menos.
Ambos se mueven exclusivamente por intereses personales, prescindiendo descaradamente de tutelar los intereses generales por los que cada mes cobran su sueldo y que deberían condicionar sus decisiones. Ninguno busca el diálogo, sino uno seguir en Moncloa, cueste lo que cueste al pueblo español en general y al resto de los miembros de su partido en particular, y el otro la amnistía, la autodeterminación y otro referéndum, que, paradójicamente, en relación con esto último, convierte en intrascendente el del 1 de octubre de 2017 que se vende como claro mandato del pueblo catalán.
La concordia y el diálogo son teatro para la galería, para ilusos que carecen de criterio propio, pues los catalanes a Aragonès, y tanto los catalanes como el resto de los españoles a Sánchez, les importamos un comino. Pero a todo cerdo le llega su San Martín.