Hemos asistido a la moción de censura más atípica de las que ha habido hasta la fecha y probablemente no habrá ninguna otra como esta en el futuro con la Constitución de 1978. Vox quería ganar protagonismo frente al PP en la oposición a Pedro Sánchez, y solo encontró a Ramón Tamames, cuyo ego y atrevimiento no tienen mesura, para jugar el papel de candidato para una moción de censura destructiva. Aunque el viejo profesor se mantiene lúcido a sus casi 90 años, se sabía fuera de lugar y optó sabiamente, primero, por una intervención de poco menos de una hora y, segundo, por no entrar en la polémica cuerpo a cuerpo después de las réplicas tanto del presidente Sánchez como de la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, a quienes respondió muy brevemente. Tampoco contestó de forma particular el resto de las intervenciones, con lo que el interés de la moción se acabó ahí, a primera hora de la tarde, porque después lo que hubo fue una sucesión de monólogos. La iniciativa de Vox ha sido un divertimento a mayor gloria del viejo profesor, que ha querido ser el portavoz del clima de encendido antisanchismo que se generó en numerosos círculos de opinión madrileños tras la reforma del Código Penal para los delitos de sedición y malversación a finales del año pasado. Tamames ha sido la expresión de la calentura antisanchista que ve al líder socialista como el mayor peligro para la democracia y la unidad de España.
De lo dicho en el día de ayer me quedo con dos frases que resumen la jornada. La primera de Sánchez, a quien la moción de censura, como temía el PP, le ha beneficiado, pues ha podido exhibir sus éxitos y rehecho la unidad de su Gobierno. Desde el respeto a Tamames, el presidente le dijo que encabezar esta iniciativa no había sido la mejor idea de su vida. Y, en efecto, algo de penita daba el viejo profesor protagonizando una moción para la que ya no tenía fuerzas, más allá de leer su primera intervención a modo de conferencia y regalarnos después algún comentario pertinente, gracioso o erudito. No ha sido la mejor idea de su vida, aunque el chute de adrenalina que lleva viviendo desde hace semanas puede que le haya compensado. Igual también a Vox le ha servido para ganar protagonismo frente al PP, pero el cuadro final es algo estrambótico sin ser tampoco esperpéntico. La segunda frase es del propio Tamames, cuyo genio y figura, le llevó a pedir la reforma del reglamento de la Cámara para poner límite a los tiempos de las intervenciones, a recriminarle a Sánchez que hubiera hablado una hora y cuarenta minutos. “¿Por qué tenemos que hablar tanto?”, le soltó con gracia. Seguramente se lo dijo porque él es incapaz de improvisar una respuesta larga a su edad. No tenía ni los conocimientos para refutar las toneladas de información que soltó Sánchez, ni la frescura mental para entrar en el cuerpo a cuerpo sobre “el estado de las cosas”. Y, sin embargo, la frase de Tamames contenía una verdad cristalina. ¿Por qué tenemos que hablar tanto? Lo piensa mucha gente, que los políticos se enrollan, eluden ser precisos y concretos, se van por las ramas, marean con largas digresiones. Sánchez perdió eficacia hablando tanto. También le pasó a la vicepresidenta Díaz, que largó un bonito discurso de elogio del Gobierno de coalición, como previa a la presentación de su próxima candidatura. A la que pueden, los políticos lo quieren decir todo. Grave error. En la época de TikTok, hay que hablar menos para decir más.