El ministro de Consumo declara en una entrevista publicada en The Guardian que la producción de carne de animales maltratados en España es pésima. La oposición al Gobierno de coalición, incluido en dicha oposición el propio PSOE de Lambán, sentencia que la opinión de Alberto Garzón es un error, y pide que Sánchez lo apee de dicho gobierno. “Total, para lo que hace”, habrá pensado alguno. Pero, según Pilar Alegría (ministra de la cuota Lambán), la opinión de Garzón es a título personal no como ministro. Y tiene lógica esa respuesta. “Total, para las competencias que tiene ese ministerio”, habrá pensado alguna otra.

El desaguisado político que ha desvelado la susodicha declaración es de tal calibre que lo menos importante es si la cría industrial de cerdos es altamente contaminante o si la carne de dichos animales es de una calidad más que deficiente para el consumo. Una obviedad para aquellos que pueden permitirse comprar carnes excelentes, porque haberlas haylas.

La politización de los cerdos muestra, en primer lugar, que lo realmente grave es como los miembros y miembras del gabinete van cada uno a su bola; un excelente indicador, aunque no el único, de la profunda crisis que atraviesa el Estado español, en la mayoría de sus instituciones, desde la más inferior a la más elevada, desde los ayuntamientos y las diputaciones hasta la Corona, pasando por los gobiernos central y autonómicos, con sus respectivos 22 ministerios e innumerables consejerías, direcciones generales y respectivas agencias. ¿Cuántos gases invernadero emite este enorme entramado, político antes que administrativo? ¿Sería posible reducirlo a la expresión más racional, a un tiempo autonómica y jacobina, y así contribuir a la mejora del medio ambiente?

En segundo lugar, el escándalo que se ha generado por la opinión de Garzón sobre la explotación de macrogranjas intensivas tiene también otra explicación. El ministro ha levantado un piquito de la enorme alfombra que cubre los cruzados intereses entre la industria cárnica, los municipios y los respectivos gestores autonómicos con competencias en consumo. A Garzón se le podría aplicar la conocida advertencia torera “Manolete, Manolete, si no sabes torear, pa’ qué te metes”.

Por último, las reiteradas declaraciones del (in)competente ministro al frente de un ministerio que solo se justifica como cuota de Podemos-IU --con todas las aportaciones económicas que el lector quiera deducir-- recuerdan a aquella fábula que Augusto Monterroso dedicó a un porcino de la piara de Epicuro. El cerdo vivía en una finca al lado de la mismísima Roma: “Revolcándose en el fango de la vida regalada y hozando en las inmundicias de sus contemporáneos, a los que observaba con una sonrisa cada que vez que podía, que era siempre”. Las mulas, burros, bueyes y demás animales de carga pasaban y veían lo bien que trataba su amo al cerdo, pensando en qué momento lo degollaría. Mientras, el cerdo no hacía otra cosa que escribir versos contra ellos. Sólo un asunto le sacaba de quicio: ¿cuándo podía perder esa comodidad? Finalmente, el animal murió, y el inolvidable Monterroso aseguró que a él “se deben dos o tres de los mejores libros de poesía del mundo”, aunque el burro y sus sufridos compañeros de carga “esperan todavía el momento de la venganza”. En fin, como dijo el imaginario antropófago K’nyo Mobutu, los animales se parecen tanto al ser humano “que a veces es imposible distinguirlos de este”.