Con más de dos años de retraso, los creadores de opinión del independentismo, como Toni Soler, asumen que Carles Puigdemont se encaminó hacia la DUI a finales de octubre de 2017 sabiendo que no la materializaría. En realidad ERC le obligó a ello bajo la amenaza de salir del Govern, aunque lo que interiormente deseaban sus líderes era que el president acabase convocando elecciones para poder acusar a los neoconvergentes de haber traicionado el procés.

También Artur Mas en su reciente libro relata las caras de preocupación e incredulidad tanto de Oriol Junqueras como de Marta Rovira cuando escucharon de boca del propio Puigdemont que finalmente iba a hacer lo que le pedían, de forma que su estrategia de presionar hasta el límite se les había vuelto en contra y no tenían más remedio que seguir adelante, prisioneros de sus palabras y tácticas.

La hemeroteca nos permite resucitar una entrevista en el diario Ara --hoy bastante sorprendente-- en la que Mònica Terribas preguntaba a Oriol Junqueras, pocos días antes de las elecciones de noviembre de 2012, cuál era la estrategia de ERC para alcanzar la independencia. En su respuesta, el líder republicano se mostraba tan contundente como repetitivo:

“Nosotros estamos convencidos de que negociar con el Estado español no tiene ningún sentido porque el Estado español incumple siempre los acuerdos con Cataluña y con el resto del mundo […]. Y estamos convencidos de que el Estado español no querrá hablar y que si quiere hablar nos engañará porque lo ha hecho siempre. Por tanto, estamos seguros que hace falta un pronunciamiento explícito del Parlamento de Cataluña y de los ciudadanos de Cataluña a través de su parlamento o de un referéndum anunciando al mundo nuestra voluntad de ser un Estado, un país independiente. Porque hasta que no anunciemos nuestra voluntad de ser un país independiente cualquier proceso de negociación con el Estado español es un proceso viciado en el que el Estado español hace de jugador y de árbitro, y cuando alguien hace de juez y parte es casi imposible ganarle porque modifica las leyes cada vez que quiere….” .

Fijémonos en el desprecio fanático que Junqueras hace del Estado español, descrito casi como un ente maligno, que engaña constantemente y con el cual no vale la pena entablar ningún tipo de diálogo o negociación. Estamos en el año 2012, a las puertas de aquellas elecciones en las que Artur Mas salió trasquilado, perdiendo 12 diputados, prisionero de ERC, que acabó imponiéndole como condición para investirle de president la consulta soberanista del 2014.

Y no olvidemos tampoco que durante los años siguientes el gran argumento del soberanismo, repetido hasta la saciedad por su portavoces mediáticos, sería que la cerrazón negociadora de Mariano Rajoy no había dejado otra opción que la vía unilateral.

Todo el procés hasta otoño del 2017 se explica por esa puja que impulsa ERC con la esperanza de que Mas primero y luego Puigdemont se arruguen en el momento final y los republicanos logren hacerse con la hegemonía del espacio independentista.

Pero esa estrategia fracasa una y otra vez porque Mas sale políticamente reforzado del 9-N y Puigdemont se convierte con su huida a Bélgica en un símbolo muy potente del separatismo al poner en jaque a la justicia española.

Junqueras, en cambio, encarna tanto la derrota de quien es encarcelado e inhabilitado sin lograr nada, como la doblez de quien siempre empuja la situación al límite por el deseo de desbordar a su competidor electoral. Ese es el pecado original de ERC y de su católico líder, pese a que ahora cuente con un clima mediático favorable al encarnar la vía a favor del diálogo con el Gobierno español, pero que, recordemos, años antes lo denigraba por inútil y engañoso hasta el punto que parece que estemos escuchando a Clara Ponsatí.

Aunque hoy los papeles se hayan intercambiado tanto entre republicanos y neoconvergentes, en comparación con Mas y Puigdemont, Junqueras ha desempeñado a lo largo del procés un rol mucho más tóxico y dañino. Confiar en que detrás de su giro táctico en relación a la mesa del diálogo hay una conversión ideológica sincera es llevarse a engaño.