Aunque el nacionalismo se afane continuamente en definirnos como una unidad de destino en lo universal, la verdad es que somos diversos, plurilingües y, dependiendo de en qué momento cortemos la historia, podríamos pertenecer a una comunidad o a la vecina. Tantas historias y tanta historia vivida por nuestros antepasados mezcló nuestros ADNs, cultura, costumbres e idiomas más de lo que muchos se afanan en creer. A veces nos podemos identificar mucho con personas que vivan a muchos kilómetros de distancia --si hemos estudiado lo mismo y vivimos en medios urbanos-- que con otras que, estando cerca, vivan en medios rurales o se hayan mantenido más aisladas.

Sin embargo, las emociones nos hacen trampa y continuamente nos vemos asistiendo a discusiones sobre si somos una sola nación o somos ocho, de si España es una nación de naciones o sólo una nación única y verdadera. A los políticos les encantan estas discusiones, porque radicalizan a los ciudadanos y les dan votos.

Por mi parte, cada vez que asistimos a este tipo de debates, potenciados por los medios de comunicación, siento que caminamos por un camino sin salida. ¿Han discutido alguna vez sobre el sexo de los ángeles? ¿Lo han hecho sobre cuál es la verdadera religión? Perdieron el tiempo, porque cada uno cree que la mejor es la suya. Este tipo de discusiones, propias del ámbito de los sentimientos y las creencias, son estériles para resolver los problemas, aunque enormemente provechosas para radicalizarnos a todos y producir enfrentamientos innecesariamente. Hoy en día, salvo personas fanatizadas o que vivan en entornos muy endogámicos, la mayoría de los ciudadanos sienten que poseen identidades múltiples, aunque coexistan opiniones políticas propias del siglo XIX que intentan hacernos creer que la "nación" es un concepto superior que se identifica con un Estado o Gobierno. No es así, y la realidad nos da múltiples ejemplos de lo contrario (nación gitana, naciones indias, nación judía…)

¿Cataluña podría pertenecer a una nación que englobase la antigua Corona de Aragón? ¿Podría serlo en su seno la nueva Tabarnia, formada por Barcelona y Tarragona, en relación a las otras dos provincias que forman Cataluña? ¿Por qué no hacer una nación mediterránea, con los territorios que rodean un mar del cual se nutren todos? Todo sería posible, y en cualquiera de estas circunstancias podemos encontrar mucha cultura, historia y bases lingüísticas que permitirían justificarlo. En todos los casos, también encontraríamos furibundos detractores, lo mismo que pasa actualmente cuando alguien intenta definir a Cataluña como una nación dentro de España y se desata la carrera del “yo más”. La realidad es que los ciudadanos de Cataluña son muy variados, en lo que a identidades se refiere, ya que afortunadamente, pertenecemos a poblaciones abiertas que han mantenido una elevada interacción con su entorno y se han enriquecido a través de ella.

Soy de las que piensan que las leyes no deberían contener conceptos de este tipo, puesto que son emocionales y despiertan pasiones. Sin embargo, nuestra Constitución reconoce una nación española (que satisface al nacionalismo español centrípeto), compuesta por nacionalidades y regiones (no dice cuántas, ni falta que hace). Asímismo, los estatutos autonómicos, en muchos casos, reconocen a las CCAA como entidades nacionales (lo que debería satisfacer al nacionalismo centrífugo). Por tanto, de facto, pertenecemos a un país plurinacional, ya que es compuesto, descentralizado y alberga en su seno algunas regiones que se definen a sí mismas como naciones y así figura en sus estatutos. Todo ya lo dice la ley.

En el último Congreso del PSC, se reivindica --una vez más-- la condición nacional de Cataluña, y una vez más, se volvió a abrir la caja de los truenos: el debate sobre el encaje constitucional de la definición de España como Estado plurinacional. Concepto que desata pasiones en otras partes de España, y me atrevería a decir que si preguntásemos a todos los ciudadanos de Cataluña, habría respuestas para todo. Pero en sí, esta afirmación no debería despertar tanto rechazo, puesto que la definición ya se halla implícita en la definición constitucional de España y los constitucionalistas deberían defenderla.

El problema con algunos nacionalistas es que consideran que cualquier Estado debe ser el sistema de organización, único y verdadero, de la nación cultural. En realidad, suelen coincidir con las élites dominantes, que no desean compartir el poder. Estas élites, para conseguir sus fines, desean encarecidamente homogeneizarnos a todos los que vivimos en un territorio, diferenciarnos de los vecinos y que se les reconozca que tienen derecho a un Estado propio. Pero por más que el nacionalismo quiera legitimarse de esta forma, y desee para él lo que no reconoce a los demás, aceptar lo que ya reconoce la Constitución es negar al nacionalismo lo que siempre revindican, la falta de reconocimiento de los demás hacia sus diferencias.

Por favor, los que no somos nacionalistas, dejemos el teatro de las vanidades. Bajemos el telón y levantemos la mirada para entrar en otra escena que haga avanzar la acción. Algo nuevo, que nos permita organizar nuestro futuro con tangibles de derechos y libertades. El poder, de facto, ya está descentralizado: algunos deberían, de una vez, aceptarlo; y otros deberían aceptar que a pesar de esto, necesitamos racionalizar algunas cosas para conseguir, sin retornar a la centralización, cohesionarlo.