Ahora que todos tenemos un máster en epidemiología y virología nivel cuñado que nos permite hablar con total propiedad del número reproductivo básico, del pico de contagios, de doblegar la curva y de la mortalidad y letalidad del Covid-19 tal vez sea momento para preguntarse qué es la OMS y para qué sirve. Este organismo dependiente de la ONU es el vigilante de la salud mundial, con un claro foco en el tercer mundo. Su presupuesto bi-anual, de unos 4.400 millones de dólares, se centra sobre todo en África, continente al que dedica un 43% de su dinero supliendo como puede la carencia de medios en el continente. Para Europa solo destina el 6% pues los medios locales son autosuficientes. Estos 4.400 millones, 2.200 por año, se distribuyen entre los 192 países miembros, aunque Estados Unidos aporta el 70% de las contribuciones voluntarias.

Por poner su presupuesto en contexto, nuestras 17 Comunidades autónomas gestionan un presupuesto cercano a los 65.000 millones cada año, presupuesto que se suplementa en los presupuestos del Estado hasta alcanzar el 8,9% del PIB. Y España es de los países de Europa que menos gasta por ciudadano en sanidad, entre otras cosas porque es la que peor paga al personal sanitario. El famoso CDC americano, el organismo que controla las epidemias con sede en Atlanta y que sale en casi todas las películas de emergencias sanitarias, tiene un presupuesto 100 veces superior al español, aunque la población americana no llega a ser 10 veces la española, y eso que Trump metió la tijera en su presupuesto.

Y cada uno de los 12 grandes grupos farmacéuticos mundiales invierten entre 5.000 y 10.000 millones de dólares cada año. Está claro que el papel de la OMS no es predominante ni en Europa ni en USA, ni tampoco es su papel. Es un organismo administrativo, asesor, centralizador de alertas y, sobre todo, sirve para canalizar ayudas sanitarias para el tercer mundo en su lucha contra la malaria, la tuberculosis, la polio, la diarrea y otras enfermedades que se ceban con los más pobres.

Su actual director general, el eritreo Tedros Adhanom Ghebreyesus, es biólogo, y político, habiendo cursado en Reino Unido un máster en inmunología y un doctorado sobre la transmisión de la malaria. Ha desarrollado una importante carrera política en su país, siendo Ministro de Sanidad y luego de Exteriores de Etiopía. Su elección, claramente reforzada por su origen africano, no estuvo exenta de controversia tanto por haber formado parte durante 12 años de un gobierno con prácticas autoritarias como por su controvertida gestión de una epidemia de cólera en su país cuando era Ministro de Sanidad. Sin embargo, pasó el examen, lidera la organización y ahora su rostro lo vemos día sí, día también, en los telediarios de todas las cadenas.  

Sus mensajes deben entenderse dirigidos a todo el mundo y por eso son, en general, simples. Pero aunque diga lo mismo para Ruanda que para Estados Unidos cada país cuenta con medios muy diferentes. Y me temo que hemos cogido sus palabras pro-confinamiento como un dogma de fe cuando no deberían serlo salvo cuando todo lo demás falla. Hace falta más ciencia y más tecnología y menos días de parón que sobre todo se cargan la economía mundial y, en el medio plazo, erosionarán el sistema sanitario global.

Los países que solo cuentan con el confinamiento como medida para contener la epidemia no lo hacen porque si no la gente se moriría de hambre. Y los que tienen más medios se quedan solo con el confinamiento porque la población tiene internet, compra a distancia y, sobre todo, un sistema de protección que les hace más llevadero el shock económico. O sea, el mundo al revés.  

Los test, las medicinas y las vacunas no las va a proveer la OMS. Dependerá de los laboratorios, de los centros de investigación y en última instancia de los gobiernos. Hay centenares de equipos de investigadores que están buscando el mejor tratamiento y la vacuna más rápida. Tal y como se está haciendo se pierden recursos y se solapan investigaciones, pero así funciona la ciencia, grupos de investigadores informados, que no coordinados, en red donde, además, la mayoría de los que saben buscan la gloria de ser los primeros para publicar en tal o cual revista de prestigio mientras alguno de los que saben menos aprovechan para salir en la tele cuando no para ser contratados por el político afín a su ideología. Se podría hacer mejor, más barato y más rápido, pero no existe un mecanismo de coordinación global eficiente, ni si quiera dentro de la Unión Europea ni, por supuesto, en España. Y la OMS tampoco está para eso.

Con más de dos millones de enfermos se siguen probando terapias casi como si fuese el primer día. Lo que fue bien en los hospitales de Lombardía no se ha usado ni en Barcelona ni en París. Pero es que lo que se practicó en el Veneto tampoco llegó a Lombardía. Hay líneas de investigación con fármacos contra el SIDA, contra el ébola o la malaria, entre otras muchas, y todavía no hay un acuerdo si el ibuprofeno es bueno o malo para el tratamiento de esta enfermedad. También en las pautas terapéuticas cada maestro tiene su librillo. Así funcionan la ciencia y la medicina, ahora no la vamos a cambiar.

Si de algo sirve esta pandemia es para evidenciar que somos mortales y falibles, muy falibles. En medicina no hay verdades absolutas, no hay enfermedades sino personas enfermas. Y tal vez porque la sociedad actual exige respuestas simples entramos en shock cuando las respuestas no corresponden a certezas absolutas. No está claro al 100% el mecanismo de contagio, ni la inmunidad adquirida, ni por qué en unas personas es una enfermedad prácticamente asintomática y en otras es mortal. Lo único que se puede pedir a los médicos e investigadores es que no sigan el camino de los políticos, en la televisión no está la cura. Ojalá se encuentren pronto pautas terapéuticas eficaces y una vacuna que aparque este mal sueño de un virus que se lleva por delante la vida de bastantes personas y, además, ha generado una torpe reacción en los gobernantes que va a arruinar al resto de la humanidad.