Es verdad que unos días de lluvia no arreglan un ciclo severo de sequía, pero no lo es menos que no todo es culpa del cielo. Hoy, en el sistema de embalses de toda España, hay casi el mismo nivel que en la media de los últimos 10 años (57% frente al 61%), algo que no ocurría ni en 2022 ni en 2023. En Cataluña no estamos en la media, pero sí un poco mejor que en 2023 con un 43% de agua en los embalses. La sequía, que existe, se circunscribe al denominado sistema Ter-Llobregat, el que abastece al área metropolitana de Barcelona, así como a la costa norte. La cuenca interna apenas está al 15% de su capacidad, si bien un gran embalse, el de Sau, está prácticamente inoperativo.
El Ebro, el gran río que desemboca en el Mediterráneo, anda desatado, y más que lo estará con el próximo deshielo, pues el Pirineo está acumulando grosores de nieve que hace años no se veían, en algunas cabeceras los espesores son de récord.
Son muchas, e imprecisas, las fuentes a consultar, pero hay consenso en dar por bueno que, cuando hay crecidas, como ahora, todo lo vertido al mar en dos semanas sería más que suficiente para todo el consumo anual de España de, al menos, un año. Un auténtico desperdicio que se produce regularmente porque las crecidas de los ríos ocurren cada año.
Hay agua dulce más que suficiente en España, y España está rodeada de agua salada, muy fácilmente convertible en potable en la costa. ¿Por qué nos empeñamos en rezar a los santos cuando la solución está en nuestras manos y no es tan costosa?
Todos pensamos que el río que vemos pasar nos pertenece en exclusiva. Yo mismo, nacido en Zaragoza, siento que el Ebro es ese río que solo pasa por delante de la Basílica del Pilar. Imagino que algo similar pensarán riojanos o tortosinos cuando vean pasar el río por delante de sus casas. Pero ese río, al que todos que hemos nacido cerca amamos, cuando se desborda rompe y destroza en lugar de crear. Si solo una parte de lo que se desperdicia se trasvasase al sistema Ter-Llobregat, el único que tiene problemas ahora, con episodios como los de estas semanas, todo se hubiese resuelto.
El colegio de ingenieros de caminos de Cataluña propuso hace unos meses una medida tan humilde como sencilla y barata: una simple tubería de 65 kilómetros conectando Constantí (Tarragonès) con Olèrdola (Alt Penedès) permitiría ahorrarse, al menos, el bochornoso, y nada ecológico, espectáculo de los barcos.
Pero si conectar cuencas, solo para casos de emergencia, es sencillo, instalar desaladoras lo es aún más. España es líder mundial en diseño y producción de desaladoras y podríamos tener una por población costera si así lo deseásemos. En la región de los Cabos de México hay una por hotel; en Aruba están orgullosísimos de la calidad de su agua, desalada; Oriente Medio está ganando terreno al desierto gracias al agua desalada… aquí rogativas y mirar al cielo.
España sufre sequías de manera regular, pero nos empeñamos en no ponerles remedio. Cuando, hace 20 años, Zapatero llegó al poder paró el plan hidrológico nacional que iba a conectar varias cuencas hidráulicas. A cambio prometió un programa de desaladoras para, según él, resolver el problema del agua en cuatro años en todas las comunidades autónomas. Prometió 52, construyeron 17 y la mayoría están infrautilizadas. La media de utilización en estos últimos 20 años de las cerca de 800 desaladoras que hay en España no ha superado el 16%.
Lo que sucede con el pantano de Sau es todo un misterio. Hace un año se informó que se trasvasaba su agua al pantano de Susqueda para evitar la contaminación del agua en Sau y, de paso, eliminar especies exóticas. ¿Se ha respetado la ley de bienestar animal con los peces? ¿Por qué sigue desaguando Sau? ¿Se va a volver a intentar llenar algún día aprovechando, por ejemplo, el próximo deshielo? Sau significa el 23% de las reservas de las cuencas interiores de Cataluña y hoy parece un pantano sin uso. Si alguien piensa desmantelarlo debería explicar por qué.
Las soluciones son tan sencillas y evidentes que cabe preguntarse si una situación de emergencia beneficia a alguien. Ya vivimos en la pandemia algo similar, restricciones por doquier, para poco o nada. Y ahora el turismo, la agricultura y, simplemente, la vida, se ven amenazadas por una inacción cuando menos dolosa.
Vaciar el pantano de Sau, quitar presas, no invertir en desaladoras, no invertir en la conexión de cuencas… ¿qué más se puede hacer (o, mejor dicho, no hacer) para que todo esté fatal?
Habrá que rezar a San Isidro Labrador, patrono de los agricultores, como única solución:
“Oh, San Isidro Labrador, patrono de los agricultores y protector de las cosechas, recurro a ti en este momento de necesidad. En este tiempo de sequía y falta de lluvia, te ruego que intercedas ante Dios para que nos envíe la bendición del agua”.