Que Jaume Collboni fuese nominado candidato del PSC a la alcaldía de Barcelona no es sorpresa. Entre otras cosas porque nadie levantó la mano en el partido para ofrecerse como alternativa. Sin embargo, la duda que inquieta a muchos es si en realidad no se trata de un candidato a teniente de alcalde, función que se ha convertido en su cómodo espacio de confort. Entre otras razones porque a estas alturas, después de años de ser colaborador necesario de la acción de los comunes, su discurso suena a hueco, resulta intrascendente y no transmite ilusión ni emoción alguna. Por más ufano y convencido que se manifieste sobre sus posibilidades de éxito, le rodea la incertidumbre y la desazón.

Por una rara conjunción astral o fruto de la pura casualidad, llama la atención el hecho de que la prevista nominación haya tenido como escenario el INEFC (Instituto Nacional de Educación Física de Cataluña). Es evidente que, para hacer frente a la campaña, el Partido de los Socialistas de Cataluña necesita músculo y mayor presencia general lo que exige una organización tensionada, activa y dinamizada que francamente no parece haber ahora. Básicamente institucionalizado y anclado en las Administraciones, el PSC es además una especie de anomalía política en Europa: tal vez sea el único partido socialdemócrata que carece de un sindicato.

La UGT en Cataluña la controla ERC, a pesar de tener como secretario general de España a José María Álvarez, llegado a La Maquinista en autobús desde su Asturias natal y pronto cooptado a la dirección del PSC en modo “el obrero”, que entregó el sindicato a la sumisión del nacionalismo. El sábado declaraba en estas páginas: “No voy a dirigir la UGT ni medio minuto más del que crea que sea útil”, es decir, será él mismo quien decida sobre su utilidad. El PSC es una organización sui generis donde no se conocen las “casas del pueblo” propias del PSOE. Se trata de un partido que en sus inicios, tal vez por el origen social de sus promotores: clase media y sector servicios, tenía un exiguo arraigo en lo que tradicionalmente se conocía como el movimiento obrero en Cataluña, más controlado por CCOO y el PSUC; hasta que Rafael Ribó, un burgués nacionalista, llegó a la secretaría general, al partido de los comunistas catalanes se le cayó la S de socialista, su fragmentación se trasladó al sindicato, muchos de sus cuadros se fueron simplemente a casa o algunos quedaron bajo el paraguas del colauismo.

Las veladas críticas de Jaume Collboni ahora a la actuación del gobierno municipal, sin citar a la Emperatriz del Paralelo en momento alguno, suenan a un esfuerzo por no molestar, no sea que aquella se moleste. Los silencios de tanto tiempo han contribuido a que Barcelona, una ciudad cosmopolita y dinámica en tantos aspectos en la que no ha existido oposición, haya caído en manos del populismo de corte peronista con un papel especialmente relevante del Observatorio DESC donde Ada Colau trabajó unos cuantos años. Aunque lo dudo, quizá algún día nos explique alguien cómo y por qué se montó ese chiringuito, aunque las subvenciones otorgadas por el ayuntamiento vuelven a estar en la escena judicial, para llanto y crujir de dientes de la lideresa de los comunes. Tampoco sabemos qué piensa de ello Jaume Collboni, su teniente de alcalde.

Dicen que le mutó la color cuando recibió la noticia de que la Audiencia reabría el caso por supuestas ayudas irregulares a DESC y otras oenegés de su confianza. De hecho, lo previsible es que las diligencias no empiecen hasta enero o febrero; eso supone que su desarrollo puede estar presente en toda la campaña electoral. Desde luego, no es para ella la mejor noticia. Parece cuestión de karma: tal haces tal recibes y ahora puede acabar obligada a ingerir la misma medicina que ella administró a Xavier Trias en 2015. La diferencia es que cuando lo hacen los comunes o Podemos es jarabe democrático, pero cuando les toca tomarlo es un abuso institucional (judicial) o culpa de grandes empresas multinacionales que es preciso desterrar y erradicar.

Tampoco hay que llamarse a engaño con esto, puesto que la propia Ada Colau se declara procedente del precariado, nada que ver con el proletariado, ajena a la acción social, la defensa de los trabajadores o la lucha de clases, por más que se consideren ya a estas alturas criterios periclitados. Aunque el “precariado” sea de origen incierto y se aplique a un sector social integrado por gentes de diversa condición sometida a inestabilidad e incertidumbre laboral prolongadas. Para Guy Standing, el profesor inglés que desarrolló este concepto en El precariado, una nueva clase social (2013), se trata de un segmento poblacional que se define por la inconsistencia y debilidad de los mecanismos que garantizan su subsistencia.

Es pronto para prever que puede ocurrir en Barcelona en mayo próximo. Cualquier cosa puede alterar percepciones e intenciones de voto, por más que comunes y republicanos hayan aprendido bastante bien lo que es el poder y cómo ejercerlo. La querella que afecta a Ada Colau puede tener un desarrollo imprevisible. Sin que falten cuestiones como la reforma del Código Penal sobre sedición. ERC va acaparando poder y colocando comisarios políticos por el territorio, muchas veces sacando de en medio gentes procedentes de Junts. Pero, dadas las aspiraciones de Oriol Junqueras, yo no estaría muy tranquilo metido en la piel del president, Aragonès García, el apellido más frecuente en Cataluña.