Salvo el de sastre de Tarzán y el de autoproclamado presidente del Consell de la República en el exilio, el trabajo más descansado del mundo debe ser el de espía de líderes procesistas. En la novela Nuestro hombre en La Habana, Graham Greene retrata a un modesto vendedor de aspiradoras que es reclutado por los servicios secretos británicos. El hombre se inventa todos los informes que les pasa, desde los nombres de sus ayudantes hasta los planos de una hipotética arma de los cubanos, que son en realidad los planos de uno de sus aspiradores. El funcionario encargado de espiar a los líderes del procés ni siquiera habrá tenido que inventar nada, mucho menos hacer pasar los planos de un botijo por una revolucionaria arma catalana. Le habrá bastado con ver TV3 y ojear la prensa, porque si de algo carecen los jefazos de la revolución catalana es de discreción, y puesto que les encanta jactarse de lo que pretenden hacer –no van a jactarse de lo que han hecho, puesto que nada han llevado nunca a cabo—, les falta tiempo para revelarlo a la prensa. Además, ERC y Junts compiten entre ellos para ver quién sale antes en los medios para anunciar la próxima acción, ya que de lo que se trata es de conseguir votos para sí y restarlos al otro.

Así pues, el espía va de buena mañana al bar y abre el periódico mientras se desayuna un cruasán. Lee las últimas declaraciones de la Paluzie o de Cuixart o del expresidente fugado o de cualquiera de los políticos que han hecho del procés una forma de vida, y acto seguido llama por teléfono a su superior, a quien también le pasará el tique del desayuno.

--Jefe, sé de buena tinta que algunos directores de escuela no quieren acatar la sentencia del 25% del castellano.

--¡Qué me dice! ¿Está seguro de eso?

--Ya sabe que tengo buenos contactos.

Por la tarde, el espía que surgió de España, después de regalarse una buena pitanza con cargo a los presupuestos del Estado, ve un rato el noticiario de TV3, como cada día, dedicado casi en exclusiva al procés. Nueva llamada al jefe.

--Atienda bien, que me vigilan y no podré repetirlo: el próximo fin de semana está previsto un encuentro en Perpiñán del llamado Consell per la República. Al acabar, van a leer un manifiesto a favor de la independencia.

--Esto es estupendo. ¿De dónde lo ha sacado?

--Prefiero no revelar mis fuentes, podría poner sus vidas en peligro.

Y aún por la noche, antes de salir de fiesta e invitar a copas a un par de señoritas –de nuevo lo va a contabilizar como gastos de representación—, sintonizará Catalunya Ràdio y RAC1, donde tertulianos y políticos del procés pugnarán por dar la exclusiva que más haga salivar a su cada vez menor número de seguidores. Y nuevamente contactará con la sede de los servicios de inteligencia.

--He sabido que las relaciones entre ERC y Junts están pasando su peor momento, no pueden ni verse. Además, el expresidente Quim Torra les tiene a todos por cobardes, considera que, con él como líder, otro gallo cantaría. Pero nadie le cree, es un farsante.

--Magnifico, magnífico. Es usted nuestro mejor agente, le voy a proponer para un ascenso.

Espiar catalanes es el trabajo más plácido que existe, porque se trata de gente a la que la fuerza se le va por la boca. Nuestro hombre en Cataluña no tendría más que comunicarles a sus jefes que no hagan caso de nada de lo que digan los políticos procesistas, porque jamás van a tener el valor de llevar a cabo un acto ni medianamente valeroso. Pero, claro, pónganse en su lugar, revelar el gran secreto equivaldría a acabar con el chollo que le ha tocado de profesión.