Para lo que hemos quedado. De exigir la independencia, a reclamar la libertad de los presos, de esto, a solicitar una amnistía para que puedan regresar los fugados, y al final, a aprobar los presupuestos del gobierno español a cambio de que éste le diga a Netflix que ponga un poco más de catalán en su programación. Si Pedro Sánchez hubiera tenido un poco más de paciencia, le habría visitado una delegación oficial del govern catalán a pedirle por favor, si no es mucha molestia, un par de entradas para el Bernabeu, y no para un Real Madrid-Barça, tampoco queremos abusar de su amabilidad, sino para un Real Madrid-Valladolid. Entradas de general, por supuesto.

Que el procés tenía vuelo gallináceo se sabía desde el inicio, pero uno pensaba que los catalanes tenían un poco más de amor propio, y esperarían por lo menos diez años a rebajarse de esa manera. Para conseguir ver en catalán La casa de papel, o sea La casa de paper, no hacía falta montar este numerito del procés, era suficiente con llamar un día a Rajoy, que era quien entonces presidía en España, y de muy mal humor tendría que haber estado para no echar una mano.

Ver series y películas en catalán está muy bonito, de eso no hay duda, todavía recordamos por estos pagos cómo se reunía toda la familia alrededor de la tele para ver Dallas y escuchar a J.R. insultar a su señora esposa en catalán. Esas cosas sirven para después ponerlas en práctica en el propio hogar, y así los niños ven que sus papás se odian en catalán, que es la forma más bonita de odiarse. Pero eso se pide con educación y ya está, no hace falta que unos cuantos políticos se tiren cuatro años en prisión para, total, reconocer de facto que no se pretendía crear ningún nuevo estado, sino únicamente ver series en catalán.

No solo eso, también servirá para leer y --más importante aún-- comprender las instrucciones. Si el triple acuerdo Cataluña-España-Netflix no se tuerce, el botón de la pantalla en el que actualmente Netflix escribe «siguiente» y sirve para ver otro capítulo de una serie, en adelante pondrá «següent», que es mucho más fácil de entender. No son pocos los catalanes que se han quedado atascados en el primer capítulo por no saber que tenían que darle al «siguiente». A partir de ahora no solamente escucharan a los buenos ganar a los malos en catalán (aunque los malos deberían hablar siempre en castellano) sino que, gracias a la catalanización de Netflix, sabrán qué botón apretar y así podrán ver más allá del primer episodio.

Gracias al sacrificio de aquellos políticos que aceptaron perder cuatro años de sus vidas tras los barrotes de una celda, pronto los catalanes podrán seguir El joc del calamar en su lengua materna. No es extraño que Gabriel Rufián se muestre tan ufano en sus comparecencias ante la prensa: ahí es nada, haber dedicado todos esos años de su vida a tarea tan titánica. Con razón el hombre incumplió su promesa de estar solamente dieciocho meses en el Congreso: tenía ante sí una obra inmensa, ni más ni menos que conseguir que una parte de la programación de Netflix fuera en catalán. Eso justifica faltar a la palabra dada.

Una vez saciadas las máximas aspiraciones de Cataluña, no queda sino disolver las instituciones autonómicas --ParlamentGovern, etc--, que han perdido cualquier razón de ser. ¿Qué más puede conseguir un pueblo tan valeroso como el catalán, una vez ha alcanzado el compromiso de ver la TV en su lengua? Nada en absoluto. Ha llegado la hora de sentarnos todos en el sofá --cada cual en el suyo-- y disfrutar de Joc de Trons, antes Juego de Tronos.