Los imperios caen en setiembre. Si la Comuna de París fue la primera revolución fotografiada en su caída, la República catalana será la primera frustración digitalizada. El mundo indepe no merece más, porque no piensa, solo desacata, como los niños; solo proclama el supremacismo moral catalán, aunque nadie sabe a santo de qué.

Mirándome a los ojos, Artur Mas me dijo que el procés "exigía el apoyo de dos terceras partes de la población". Fue un día de abril de 2014, en la antesala de su despacho en el Palau, en medio de una de las visitas a la Generalitat de Roberto Maroni, presidente de Lombardía, un ultra de la Liga Norte, que brinda por la secesión catalana. Después, el expresident, hoy inhabilitado, se olvidó de las mayorías y nos metió de lleno en las fauces de la bestia. Y ahora lo remedia así el vicepresidente, Pere Aragonès, cuando dice que "la República catalana exige una negociación a largo plazo con el Estado". A pesar de la incendiaria reentré de Torra (quina por, noi), la ruptura entre ERC y JxCat no tiene marcha atrás, tal como lo proclama Oriol Junqueras desde Lledoners. Ya hace días que el secesionismo catalán se ha abierto en canal; y Mas tiene la excusa perfecta para regresar el perfil bajo del PDeCAT.

Regreso al tajo con la voz orweliana de Vic pegada en la testuz vacuna de muchos inocentes y con el win win (ganan los dos) entre Francisco (Paquito) Fernández Marugán y Rafael Ribó; el Defensor del Pueblo frente al Síndic de Greuges en plena pelea dialéctica por los lazos amarillos. Paquito frente a Ribó o el viejo guerrismo contra aquel secretario general leninista del PSUC, emergido en el fin del marxismo. La decadencia frente a su espejo. Debate inerme.

El totalitarismo catalán infunde más pereza que miedo. Así que tendremos una reentré tórrida, ¿no Torra?; mira como tiemblo, bocas. Quiere poseerlo todo para después destruirlo todo, como los personajes de Zola. Es de los que creen en la naturaleza, no en la raza humana. Sabemos de sobras que el pobre hombre tiene vocación de cisne negro, pero no lo consigue ni por esas. Volvemos del paréntesis todavía perplejos por el último pantallazo de Pilar Rahola que nos amenazó con un otoño al estilo del Potere Operaio italiano de mi juventud. En aquella ocasión, los amigos de Feltrinelli nos amenazaron con lo mismo antes de cargarse al pobre Aldo Moro y de saltar por los aires ellos mismos al detonar un explosivo antes de tiempo. Manazas como eran, aquellos revolucionarios de café, agrupados bajo el pomposo nombre de Brigadas Rojas, dieron muchos disgustos. Lo de aquella gente era criminalidad pura, reprobable y carne de código penal (nunca lo justificaré) pero, mira por dónde, tenían, muy en el fondo, un pase estético por sus dosis de redención social, frente al toque cursi del lacito y la estelada.

El veterano Márquez Riviriego nos ha recordado que la división territorial resulta insana y peligrosa: "En tiempos de la alta velocidad volveremos a ser cuadrúpedos". La ciencia le da la razón al desvelar que algunos dinosaurios evolucionaron hacia la locomoción cuadrúpeda y de repente uno piensa que no hay más que hablar. Cuando la geometría variable nos ponga ante un nuevo momento electoral, el destino nos preguntará por qué hemos querido ser demasiado para convertirnos en tan poco. Vale la pena recordar que, en los últimos años, en la cámara legislativa catalana solo se han aprobado dos leyes y una de ellas versa sobre la investidura a distancia para consolidar el garito de Puigdemont en Waterloo (aparte de revertir la privatización de Aigües Ter-Llobregat, ordenada por el Supremo que anuló la concesión).

Incendiarios y temerosos al mismo tiempo, los mensajes de Artadi y Torra dirigidos al Congreso y a Moncloa ponen en primer plano la provocación. Metidos en un laberinto, vamos de cabeza a un nuevo 155 que colocaría a Cataluña en el territorio de la hegemonía limitada, al estilo de los satélites del Este después de la Primavera de Praga. En este escenario, el catalán cuadrúpedo --cualquiera, si se despista-- ocupa el centro de una jaula que él mismo ayudó a diseñar, a base de silencios ante las mentiras de sus políticos, como la que me cascó a mí el mismísimo Artur Mas en un entretien d'embauche, en plena recepción del fachendoso Moroni. ¡Escapemos!