¿Se acercan momentos de mayor entendimiento? ¿Es lo que se percibe tras el encuentro del pasado lunes en Perpiñán entre Sánchez Llibre y Puigdemont?

La gran patronal catalana le hizo llegar al candidato de Junts 465 medidas entre las que se encuentran la eliminación del impuesto de patrimonio, la rebaja de las sucesiones o las demandas en infraestructuras como la ampliación del aeropuerto de El Prat y sus conexiones con las estaciones del AVE. ¿Qué dijo él?

Acaso puede importarle a Puigdemont semejante paquete, dos décadas perdidas después de las nobles exigencias de la Cámara de Comercio, el Cercle d'Economia, el RACC o la misma patronal, que fueron lanzadas al olvido por la dirigencia política del procés. Perpiñán tiene su encanto; está a tiro de piedra de Nimes, la puerta de entrada de la Costa Azul, mirando a los Chez Bocuse pegados al salitre del Golfo de León, que admiró Matisse. Política poca.  

¿La reunión en el exilio dorado es el remedio de la molicie patronal o se acercan posiciones?

Eso segundo sería lo deseable, siempre que, empezando por Núñez Feijóo, los políticos abracen la elocuencia y dejen los discursos de hoz y coz. De momento, el líder de la oposición se mantiene en el argumento de España como problema, el cauce de Abascal, centón indigesto del lejano Teatro de la Comedia, como diría el ensayista Javier Varela.

La derecha de la España demediada recrea la división del siglo liberal; denuncia la mentalidad laicista y el “hedor masónico” del que habló el padre Zacarías de Vizcarra, inspirado en la escolástica conservadora de Francisco de Vitoria, fundador de la Escuela de Salamanca. Somos presa de la gente que abunda en el sesgo, como lo hace Esperanza Aguirre al asegurar que la Guerra Civil empezó en el 34, como aplica la confusa historiografía fachendosa de churras y merinas.

El PP español se opuso el pasado 11 de abril a la interrupción del embarazo en la Eurocámara, aunque en España el aborto es un derecho consolidado. Feijóo enseñó la patita, después de haberla encogido dos días antes -el pasado 9 de abril- cuando el Congreso de los Diputados aprobó tramitar una iniciativa legislativa popular (ILP), impulsada por 900 organizaciones sociales, para regularizar a medio millón de personas que viven en España sin papeles y sin derechos.

PSOE y PP votaron a favor y, por una vez, hubo consenso: ¡bravo! El único partido que votó en contra fue Vox. El conservadurismo extremo aboga por una democracia gris sin validar el sufragio universal -cuando no suma la mayoría- o quizá alberga la esperanza de que algún día dejaremos de obedecer la Constitución del 78 y retrocederemos hasta la Carta Magna alfonsina del turnismo, aquella que a Cánovas le parecía maravillosa,

La inmigración y la moralina desencadenan hoy el sarpullido de los extremistas a ambos lados del mapa político. En Cataluña, por ejemplo, los votantes de la Aliança Catalana de Sílvia Orriols (derecha dura) tienen algo en común con la CUP (extrema izquierda): ambos prefieren a Puigdemont como president de un Govern indepe después del 12 de mayo, según el último sondeo de Electomanía para Crónica Global, que da a Salvador Illa como ganador en el balance global en intención de voto.

Cuando la concomitancia se hace costumbre, los postulados se tocan. Así se ve entre el Junts de Puigdemont y el independentismo racial de Aliança que compiten en el discurso contra la inmigración. Por su parte, los cupaires, que sueñan en Tristán Tzara y Guy Debord, comparten cauce con Junts, aunque solo sea por la orilla de la desobediencia, que sostiene a Puigdemont.

El soberanismo del expresident, la xenofobia de Orriols y el rojerío de aula y café son el último grito de la Contrarreforma separatista; los tres siguen el Syllabus pontificio de Pío nono, sostén de la teocracia patriotera. La trampa del pasado quiere sumergir a Cataluña en la visión apologética de Jaume Balmes o Roca i Cornet, admiradores del irlandés O’Connell, nexo entre el entusiasmo religioso y el amor a la patria.

El líder la patronal, Sánchez Llibre, es un hombre franco que acurruca su verdad y la suelta sobre su interlocutor con una sonrisa en los labios. Me consta que no tiene sintonía con el candidato de Junts, que también sonríe, pero solo monologa y exige sin contrapartidas. Su Perpiñán no debe ser el de Puigdemont, más bien me parece que es el de El último tango, memoria del cine de frontera con el que Marlon Brando y María Schneider suavizaron el entretien del exilio interior, durante los años de plomo.