Ver a un ratón argentino y otro brasileño o uruguayo, y un gato merengue persiguiéndoles, siempre detrás y con una ridícula escoba en alto, ha sido uno de los máximos placeres que la hinchada culé ha experimentado durante los últimos años. El mundo de los dibujos animados es parte de nuestra propia realidad, muchos creen que en esas noches de ensueño futbolístico han visto salir el sol, otros creyeron en la revelación y en la llegada de un nuevo mesías. Y así sucedía partido tras partido en el Camp Nou o ante el televisor. El brillo del genio y su lámpara cautivó incluso a aficiones en campos contrarios, donde las taquillas reventaban ante la visita del ratón argentino, al que muchas veces vieron deambular por el césped y, de tanto en tanto, como Curro Romero, hacer alguna faena digna de mención.

El negocio ha sido redondo, en primer lugar, para la famiglia Messi, que ha amasado una incalculable fortuna, de eso se trataba ¿no? Una ficha anual de unos 100 millones de euros, algo más para el pagador, el Barça, que además le abona los impuestos. El genio argentino tuvo la suerte de estar acompañado por una remesa de futbolistas y un circunstancial director de orquesta, salido también de la cantera. Fue éste el primero en abandonar el exitoso proyecto, en lo más alto, quizás porque intuyó antes que nadie lo que podía suceder cuando el jugador dejara de ser futbolista y se convirtiera, como así ha sido, en un pelotero, un malabarista del balón que no es nadie sin un equipo que juegue a su servicio. El físico juega malas pasadas y, llegado el caso, se aminora.

Mientras, el club no se quedó manco a la hora de recoger beneficios: vendía camisetas y ganaba títulos, por ese orden. Hasta que el barco empezó a zozobrar, el patrón quiso enderezar el rumbo y, como es comprensible (nadie quiere ahogarse), jugadores y directivos empezaron a saltar. En tercer lugar, el negocio ha sido rentable para televisiones y comisionistas ligueros, vendedores de emociones y pasiones peloteras. Y, por último, estos años han sido inolvidables para periodistas y demás voceros cómplices de este extraño y paradójico espectáculo. ¿Nadie se inmuta cuando ve una camiseta de Messi portada por un niño descalzo y medio hambriento? ¿Cabe mayor contradicción en esa exhibición impune del nombre de un millonario enfundando a la pobreza?

La lista de los implicados en este espectáculo de la gallina de los huevos de oro no acaba ahí. Los indepes han utilizado sin pudor alguno al Barça como altavoz de su proyecto totalitario, y venderlo como una opresión española allende los mares. Hasta le concedieron la Creu de Sant Jordi al jugador argentino que después de más de veinte años sigue sin pronunciar una palabra en la lengua propia de ese glorioso movimiento nacional. Y Messi siempre calló ante el furor colectivo del ridículo minuto 17:14, tan sólo se le conoce un gesto: no aplaudir el día de la ceremonia que le impusieron la referida distinción, mientras el distinguido rebaño estelado silabeó su grito hispanófobo: IN-DE-PEN-DEN-CIA.

El silencio es revelador de complicidades, como sucede ahora con tantos periodistas que claman contra Bartomeu y no opinan nada sobre las exigencias de la famiglia Messi y su niño consentido. Multitud de informadores que juegan con el sentimentalismo de perder al mejor jugador de la historia en una operación próxima al chantaje. ¿El responsable es el presidente? ¿Tendría que haber tomado la iniciativa y vender al jugador antes que el proyecto estuviese finiquitado? No estaría de más que el socio se tanteara la ropa blaugrana, no por si le falta algo en la cartera que también pudiera suceder, sino porque es posible que halle multitud de pequeños agujeros, que la emoción ha ignorado. Los persistentes mordiscos de los malditos roedores han convertido las aberturas en inmensas grietas en el casco del club. Frente a estos profesionales del dinero, Cruyff fue un aprendiz de pesetero. Con tantos tirones, el barco se ha escorado, allá el culé que no quiera soltar lastre. Y entre tanto lamento y confusión, cada vez se escuchan mejor las carcajadas del gato.