Permítanme, en previsión de la lógica desazón, enojo, frustración y perplejidad que todos sentiremos en mayor o menos medida a lo largo de los próximos días, que aborde esta columna en clave de humor. No crean, pese al recurso, que todo lo que está sucediendo se me antoje asunto trivial y motivo de chiste fácil. En absoluto. Lo considero gravísimo, preocupante y desolador. Pero de algún modo todos cuantos en Cataluña, y en el resto de España, conservamos --o al menos lo intentamos-- siquiera un ápice de sentido común, debemos protegernos, a riesgo de acabar cazando moscas.

Y no hay mejor armadura ante el sindiós y la estupidez del nacionalismo desaforado que la risa. Es benéfica, higiénica, inteligente, y, además, a ellos, a los parroquianos de la secta amarilla, a los que rezan con el culo en pompa mirando a Waterloo, les sienta peor que una patada en la entrepierna. Que discutamos acaloradamente con ellos, que intentemos argumentar, que perdamos los estribos y las formas o que les mandemos a tomar el viento a la farola, recarga sus pilas, les enerva y les hace creer que siguen combatiendo como jabatos en su épica cruzada por la liberación de una tierra sojuzgada. Pero si uno se ríe de ellos en sus narices, se los toma a chirigota, no les hace casito, o les da la razón como a los locos, caen en la más absoluta depresión. Si ustedes son usuarios de alguna red social sabrán a qué me refiero sin duda alguna.

A unos cuantos CDR de la facción ultrasecreta "Escuadrón suicida A.C.M.E." (Aquí Cocinamos Material Explosivo) les detuvieron hace una semana. Ya lo saben. Los pillaron, a las claritas del alba, rodeados de basura, cucarachas y mugre; con un montón de ollas, coladores, hornillos, espátulas y cucharones carbonizados. Un asombroso despliegue de cutrez monumental difícil de describir, repartido por un garaje que debería avergonzar hasta a un cupero con síndrome de Diógenes. Con esos recursos nuestros maulets del mambo habían intentado "cocinar" una potentísima salsa bechamel. Ojo, que "bechamel" es palabra clave en todo este asunto, ya que hablamos de una bechamel potentísima, que como bien comprobará la Guardia Civil cuando destripe todos los móviles y ordenadores incautados, y se ponga a analizar las conversaciones de estos pirómanos por Telegram y WhatsApp, ha traído de cabeza a todos los integrantes del comando. Imaginen el tono de los mensajes...

Cocinero principal: "¡A ver, companys, que ya tengo mezclada la termita de la bechamel!, ¡joder, menudo curro! Le acabo de echar leche, harina, dos chorros de nitroglicerina, un cucharón de cloratita y cinco kilos de tornillos y tuercas!

Cocinero segundo: "No lo veo claro. Siusplau, pásame foto, Jordi"

El electrónico: "¿Pero esto qué es, Jordi?… t’has begut l’enteniment! Acabo de preguntarle a la meva àvia, que es de Murcia, y me dice que si no le pones cebolla y nuez moscada això no es bechamel. Además, veo grumos y te has olvidado del decapante y la pólvora"

Cocinero principal: "¡Pues estoy siguiendo la receta vasca al pie de la letra, cagondios! ¡Con quejas a Otegui, capullos! ¿Qué hago, le paso el minipimer? ¡Joder, me he quemado un brazo, el tejano y parte de un huevo!"

Apoyo logístico: "¡Tú verás, pero con eso no tumbamos la torre de alta tensión ni el repetidor de telefonía… ¿No podríamos conseguir un poco de napalm?"

Planificador: "Preguntaré al enlace superior, a ver si es posible obtenerlo. Que sepáis, por cierto, que me han dicho que dicen que el Molt Odorable está muy orgulloso de nuestra labor y bendice nuestros planes. Y que el Parlament será siempre nuestro…"

A la mañana siguiente los ñordos de la Guardia Civil, que estaban desde hacía más de un año al tanto de la operación "Bechamel pa los pollos", entraron en el sofisticado laboratorio y los pillaron a todos a punto de volar por los aires, en la mejor tradición pirotécnica catalana, que nos obligaría a retrotraernos a los tiempos en que Terra Lliure perfeccionó la salsa mahonesa a base de muchas desgracias personales. Tras ser detenidos, los miembros del comando sedicioso pasaron a disposición judicial y, por compasión, para evitar una masacre espeluznante, el juez dictaminó que fueran puestos a salvo de sí mismos, y de su proverbial estupidez, ordenando su ingreso en prisión.

La reacción de Quim Torra, Cocomocho, Bea Talegón, Gabriel Rufián, Pilar Rahola, Antonio Baños, Lluís Llach y muchos otros fanáticos de las salsas nacionales no se hizo esperar. Utilizando todos los medios de comunicación a su alcance --prácticamente todos los existentes--, lanzaron una batería de mensajes indignados a los cuatro vientos: "Nuestra bechamel siempre ha sido pacífica y transversal, festiva e inclusiva", "este es un nuevo e inaceptable ataque a la idiosincrasia gastronómica catalana", "si a la Guardia Civil no le gusta la bechamel, que se largue de Cataluña", "¡Libertad cocineros pulítics!" y blablablá

Y precisamente porque no hay nada que le guste más a un nacionalista catalán que entregarse a la rauxa, al arrebato, la irracionalidad, el infantilismo y la pataleta ridícula, los ofendidos amantes de la bechamel montaron la de Dios es Cristo en el Parlament, coreando consignas, haciendo palmitas, promoviendo declaraciones, llamando a la guerra santa, negando la mayor y asegurando que, en el peor de los casos, los de la bechamel son de los suyos, por lo que no pueden ser sino santos varones, inocentes, gente con raíces, patriotas y buenos catalanes. De paso, aprovecharon para echar a la oposición del hemiciclo, como mandan las buenas formas parlamentarias en toda democracia fascista homologada.

Pero, ¡ay!, resulta que en la soledad de sus calabozos, dos de los sediciosillos detenidos, medita que te meditarás, y viendo venir que lo de jugar a las salsitas picantes con el Cheminova les podría salir carísimo, empezaron a “rajar”… Y ahí ha salido lo que ha salido. Y lo que ha salido es la sombra de una mano negra, peluda, superior, poderosa, infame, intuida por todos…

Una mano que corta el bacalao, una mano que remueve la bechamel...

La mano que, en definitiva, mece la cuna.