Gracias a la Ley de Promoción de la Transexualidad (o algo parecido) que ha puesto en marcha esa intelectual de campanillas que es la ministra Montero, España se sitúa a la cabeza del progresismo europeo (¡que rabien nuestros vecinos!). La biología, como todos sabemos, no solo está sobrevalorada, sino que, si me apuran, es un invento del heteropatriarcado. Si usted ha nacido con pene, pero se siente mujer, no tiene por qué someterse a los humillantes exámenes de la comunidad médica, ya que su voluntad vale mucho más que todo lo que puedan decir cuatro aguafiestas: aquí da lo mismo ocho que ochenta (años), a cualquier edad se puede cambiar de sexo. De hecho, no hace falta ni someterse a molestas operaciones: para eso se ha inventado la autoafirmación de género. Aunque usted conserve sus atributos y se resista a hormonarse, basta con que afirme ser lo que dice ser (aunque no lo parezca) para que la sociedad le dé la razón. Estamos ante el triunfo de la voluntad (nada que ver con la película homónima de Leni Riefenstahl), y quien se oponga a ella quedará retratado como el fascista que es.

Orgulloso de mi país y de mi gobierno, solo lamento que esta necesaria ley no tenga la continuidad que yo creo que debería tener. Hay muchas más cosas relacionadas con el triunfo de la voluntad que urge implementar. Ahí va un ejemplo: ¿por qué en mi DNI pone que nací en 1956 y que, por consiguiente, en el momento de escribir estas líneas tengo 65 años? Vamos a ver, en mis días buenos, yo siento que tengo 20 años, mientras que, en los malos, me pongo prácticamente en los 85. Todo depende de mi estado de ánimo, y mi estado de ánimo es mucho más fiable que la biología o que la realidad, esas dos antiguallas funestas y criminales. Yo lo que quiero (o, más bien, ¡exijo!) es que en mi DNI figure la fórmula siguiente: EDAD: FLUIDA. ¿O es que la fluidez es exclusiva de la identidad sexual?

Vivimos una época maravillosa en la que todo es posible porque, ¡por fin!, hemos puesto a la realidad en su sitio. ¿Qué a usted se le ha metido en la cabeza que su región es una nación y debe separarse del país del que siempre ha formado parte? Pues adelante con los faroles, lo suyo es una nación como la copa de un pino, y con más tronío, sin duda, que aquella que la engloba. ¿Qué a usted le dan asco las mujeres, pero le apetece formar una familia con su compañero sentimental? Ningún problema. Se recurre a alguna muerta de hambre a la que introducirle su semen (o una mezcla del suyo y el de su novio), ella le hornea el bollo durante nueve meses a cambio de una determinada suma de dinero y luego se lo entrega calentito mientras hace mutis por el foro y usted ya tiene a su familia. ¿Ve qué fácil? Y si luego el niño pregunta por su madre, no se preocupe, que en el colegio ya le dirán que tener dos papás es lo más normal del mundo. Y así sucesivamente: para cada problema que pueda plantear la biología en particular o la ciencia en general hay una solución que ya se le ha pasado por la cabeza a Irene Montero. Querer es poder, dice el refrán.

Personalmente, una vez conseguido lo de que en mi DNI ponga que tengo una edad fluida, le diré a todo el mundo que soy rubio, tengo los ojos azules y me parezco extraordinariamente a Brad Pitt. Y si algún fascista me lleva la contraria, que se prepare para el chorreo que le pienso pegar. La ley trans debería ser el primer paso hacia un mundo feliz, sin descuidar, claro está, la memoria histórica. Pienso en todos esos pobres infelices que, a lo largo de la historia, han asegurado ser Napoleón, siendo encerrados en sanatorios psiquiátricos en vez de ver cómo se les daba la razón porque con la fuerza de su voluntad iban que se mataban. A partir de ahora, exijo que a cada sujeto que diga ser el emperador se le extienda un DNI a nombre de Napoleón Bonaparte y se le ayude a financiar una segunda residencia en la isla de Santa Elena.

Teníamos la felicidad al alcance de la mano y no nos habíamos dado cuenta: bastaba únicamente con abolir la realidad.