Es tan poca la diversión que se encuentra en estos tiempos de la pandemia que la gente se apunta a lo que sea para pasar el rato. En España, en estos momentos, la desesperación y el aburrimiento son tales que se agradecen hasta el intento de asesinato de Josep María Mainat (no es bonito, lo sé, pero es lo que hay: les recuerdo el insensible hashtag “Todos somos Ángela Dobrowolsky”) y la bronca entre el artista antes llamado Paquirrín y su madre, Isabel Pantoja, por la herencia del primero y el (supuesto) amor al dinerito de la segunda. Detrás de ambos temas está Tele 5, que es lo más parecido a Spectra que tenemos por aquí: por un lado, Paolo Vasile, que odia profundamente a Mainat, ha dado instrucciones a sus súper cotillas de que muerdan y no suelten; por el otro, ya llevamos dos programas especiales de cuatro horas y media cada uno sobre las interioridades de Cantora y la presunta urraca humana que la habita. Lo dicho: cuando el tedio aprieta, hasta las cuitas de un matrimonio mal avenido y la racanería de una folklórica hacia el holgazán de su hijo pueden aliviar a una audiencia desesperada.
Hay un tercer tema al que yo le veo muchas posibilidades, pero que no veo que sea tratado por Tele 5 con la atención que merece. Me refiero a las actividades del Papa Francisco en Instagram, donde cuenta con siete millones cuatrocientos mil followers a los que, al parecer, no se les escapa ni una. Fue así como se descubrió que Su Santidad había otorgado un like a una señorita brasileña que atiende por Natalia Garibotto y que había colgado una imagen suya que no habría dejado indiferente al actual vicario de Cristo. En la foto no se ve la cara de la tal Natalia, pero tampoco hace falta, pues lo que se ve perfectamente es su redondo y apetecible trasero asomando generosamente bajo una faldita a cuadros de colegiala. Como todos sabemos, las mujeres adultas vestidas de colegiala constituyen una perversión inofensiva muy extendida entre los de mi sexo y que yo mismo cultivo: nada que ver con el interés por las colegialas auténticas vestidas o no de colegiala, lo cual es cosa de tarados, constituye un delito y está penado por la ley. El like fue borrado el pasado día 14 y desde el Vaticano se asegura que el Papa no tuvo nada que ver en el asunto, información innecesaria porque todos suponíamos que del Instagram de Su Santidad se encargaba algún esbirro cualificado (tampoco Esperanza Aguirre paseaba a su perro porque para eso tenía a Isabel Díaz Ayuso). Es decir, que lo más probable es que el esbirro instagramer fuese el responsable del like en un momento de enajenación que todos podemos comprender, ya que la señorita Garibotto tiene un culo muy bonito. Pero yo prefiero pensar que fue Francisco en persona quién otorgó su bendición a la joven brasileña en otro momento de enajenación o de contraproducente sinceridad. Pensémoslo un poco y veremos que tampoco sería tan raro: lo raro es que la idea no se le ocurriera a Paolo Sorrentino para sus dos series de HBO sobre los intríngulis del Vaticano.
En tiempos de aburrimiento --hablo por experiencia--, Instagram sirve para pasar el rato. Yo estoy de oyente y cuento con la friolera de 60 followers, cifra ridícula comparada con la de los fans del Papa, pero muy digna si tenemos en cuenta que jamás he colgado nada y no hay, de facto, nada que seguir. Si llego antes de hora a una cita, me siento en un banco de la ciudad y me tiro diez minutos consultando Instagram y otorgando likes y permitiéndome a veces alguna apostilla más o menos ingeniosa. Digo yo que hasta el Papa tendrá esos momentos tontos en los que no sabe muy bien qué hacer, por lo que resulta verosímil que se dé un garbeo por Instagram de vez en cuando (y a espaldas del esbirro encargado de suplantarlo). Pongamos que el repaso a Instagram viene después de haberse excedido ligeramente en la ingesta de vino durante el almuerzo o la cena. Vayamos más allá: el Papa se topa con el rotundo trasero de la señorita Garibotto, recuerda la perdida juventud y los picores de antaño, es incapaz de controlar el dedo y, prácticamente sin darse cuenta, ya le ha dado al like y ha creado un problema al Vaticano.
De todas las explicaciones posibles, ésta es mi favorita. Nos mostraría a un Sumo Pontífice que no ha dejado de ser un ser humano (creado por Dios, según él) que rinde homenaje a otro ser humano del sexo opuesto que, siguiendo su lógica particular, también ha sido creado por el Señor. Desde ese punto de vista, no hay lujuria inapropiada, sino el lógico regocijo ante la belleza de las criaturas humanas (la excusa no colaría si el like se lo hubiera otorgado a DJ Kiko, por ejemplo). ¿Les parece vulgar que el Papa tenga una parafilia tan tópica como la del uniforme de colegiala? ¡Pero si eso todavía nos lo hace más cercano, más, como dicen en Argentina, “gente como uno”! ¿Acaso hemos de perder la fe porque al Papa le ha hecho tilín el culo de una joven brasileña?
Confiesa, Paco. Te quitarás un peso de encima, le ahorrarás el cese al esbirro de Instagram y te ganarás la admiración hasta de los agnósticos. La mía (y supongo que la de Sorrentino) ya la tienes.